El crimen de George Floyd el pasado 25 de mayo no sólo desató una ola de protestas en Estados Unidos y en otros países, sino que puso en evidencia que el racismo existe. Y no solo existe, sino que está muy vigente y lejos de erradicarse.
¿Es algo propio de los estadounidenses? ¿Hay odio racial en América Latina o Europa? ¿Podemos sostener que el problema, en realidad, no es tan de fondo sino que simplemente “a un policía se le fue la mano”?
En este caso, se le habría quedado la rodilla, ¿no? La muerte de Floyd impactó porque no fue un hecho más, fue la gota que rebalsó el vaso.
La agonía de Floyd es evidente y su “no puedo respirar”, se transformó en consigna, una frase que resume el sentimiento de los afroamericanos, latinos y tantos otros que son discriminados y maltratados diariamente en Estados Unidos y en todo el mundo.
La violencia de las imágenes y en especial la tranquilidad e indiferencia con la que actuó el policía que lo terminó asesinando, desataron protestas masivas en cientos de ciudades estadounidenses y del resto del mundo.
No podemos tomar este crimen como algo aislado. Esto es racismo. Es brutalidad policial, que en general afecta más a los sectores populares en Latinoamérica, a los afroamericanos en Estados Unidos y a los pueblos originarios en ArCgentina. La policía es brutal muchas veces, pero con algunos es más brutal siempre.
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