Desacuerdos y conflictos – El Mostrador



Los desacuerdos son propios de la vida en común, especialmente en el caso de una sociedad democrática y abierta. Discrepar es algo perfectamente común, habitual, inevitable, y no constituye ni de lejos una patología social de la que tendríamos que curarnos. Tampoco los conflictos son enfermedades, sino otro fenómeno inseparable de la vida en común, y es por eso que el derecho, que sabe que siempre se producirán conflictos en distintos campos, establece instancias, reglas y procedimientos para que, acaecido un conflicto, tenga un curso pronto, pacífico y eficaz, evitando de ese modo que las partes se vayan a las manos y termine imponiéndose la ley del más fuerte. Nadie quiere que los desacuerdos se transformen en conflictos, salvo aquellos que gustan de estos últimos, pero tampoco un país está a las puertas del infierno porque en él se producen muchos conflictos. Lo realmente inconveniente es la lógica del conflicto a cualquier precio (Chile entre 1971 y 1973), como también lo es la del acuerdo a como dé lugar (primeros años de nuestra transición).
Los desacuerdos pueden ser sobre creencias, sobre ideas y sobre intereses, y una distinción como ésa puede ser útil para establecer cuál es la vía adecuada para manejar o acaso superar el desacuerdo de que se trate. Los desacuerdos sobre creencias, ideas o intereses no tienen una misma manera de ser tratados y, menos aún, de ser manejados, superados o simplemente resueltos.
Un típico desacuerdo de creencias es el que se produce entre creyentes y no creyentes en Dios, milenariamente enfrentados unos a otros, aunque sin posibilidad alguna de que se pongan de acuerdo. Un desacuerdo de este tipo sólo puede conducir a que los bandos en pugna se respeten unos a otros, se toleren pacíficamente, y, cuando más, conversen sobre sus respectivas posiciones, aunque sin la pretensión de que uno de ellos pueda finalmente convencer al otro.
Un ejemplo ahora de desacuerdo en ideas sería, hoy, aquel que divide a los partidarios de una renta básica universal que el Estado pague mensualmente a todos los ciudadanos con independencia de si trabajan o no y de si tienen o no otros ingresos. ¿Cómo se trata y a qué puede conducir un desacuerdo de este tipo? Se trata mediante el encuentro y la confrontación pacífica de las posiciones, de manera que los rivales en posiciones tengan todos la posibilidad de intervenir en una conversación racional en la que se den tanto como se escuchen razones, y en las que cada interviniente, consciente de su falibilidad y de la eventualidad de no disponer de toda la información necesaria para formarse una opinión definitiva, se muestre tan determinado a convencer como a ser convencido por los demás. A diferencia de los desacuerdos en creencias, aquí es posible convencerse unos a otros.
Y, claro, hay también muchos desacuerdos en materia de intereses, de intereses generalmente materiales, y es probable que estos sean los más en cualquier sociedad de nuestros días, y la pregunta vuelve a ser la misma: ¿cómo deben ser tratados y a qué puede conducir este tercer tipo de desacuerdos? Y mi respuesta no puede ser otra cosa que ésta: se tratan mediante la negociación, y a lo que conducen es a una transacción y no, como en el caso de los desacuerdos en ideas, al convencimiento de uno u otro de los participantes. El desacuerdo en el sueldo mínimo me parece un buen ejemplo de este tercer tipo.
De cara a nuestro presente como país y al próximo trabajo de la Convención Constitucional, sería bueno clasificar los muchos desacuerdos que tenemos como sociedad, puesto que ellos tienen y tendrán distintas maneras de ser abordados, como también diferentes posibles resultados, si antes nos hemos dado cuenta que recaen en creencias, en ideas o en intereses.
Y hacer eso sin confundir los desacuerdos en creencias con los que son acerca de ideas o tan sólo de intereses. El camino a seguir en cada uno de ellos, y la meta que se puede esperar, no son las mismas en todos los casos.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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