El que actúa con fuerza



A veces hablamos sin saber el peso de la palabra, y menos le damos sentido, pese a ello el lenguaje es líquido como sus sociedades, pero hoy el hambre del fascismo nos obliga a solidificar la palabra.
Violencia etimológicamente es “el que actúa con fuerza” ¿Acaso es repudiable actuar con fuerza? ¿Acaso algo se puede concretar actuando sin fuerzas?
El falso humanismo del progresismo burgués, que carece de lo humano, olvida que para poder modificar la realidad hay que actuar con fuerza, y que cada acto siempre tendrá un efecto violento a otro u otra realidad, ese falso humanismo, es deshumanizar al humano de su animalidad y su violencia, de ese modo se lo despoja de su naturaleza violenta, impidiendo así que podamos situar conscientemente el uso de nuestros actos de violencia.
¿Se puede entonces hablar de la “naturalización de la violencia”? Lo dudo, ya que justamente no la hemos naturalizado, no la hemos visto en nuestra animalidad, pero aún no reconocemos ni siquiera la animalidad, entonces menos podríamos acercarnos a la violencia que en nuestras diversas emociones la silenciamos como algo negativo per se. Buscamos reemplazar aquellas emociones ricas en modificación de realidad, por emociones moralmente entendidas como correctas, así la felicidad. Alegría y el amor deben ser el fin para conquistar, para constituirse como “ser”. Olvidamos que también tenemos una serie de baterías de emociones necesarias, que pueden ser nocivas para un otro,  pero incluso aquellas  emociones que nos dicen que son las validas pueden ser nocivas en  un otro, la misma felicidad forzada, donde nos ofrecemos como productos de felicidad inagotable, podría ser  absolutamente desagradable.
Estos falsos humanismos sin humanos, que construyen un ideal de un falso humano casi de cadáveres exquisitos de libros de autoayuda, no distinguen la necesidad de la fuerza de la violencia, la evitan, la inhumanizan, la animalizan como si no fuéramos animales, y a su  vez como si lo animal fuese algo insultante, la marginan, la segregan como paria, y en aquella segregación, otros aparentan una paz entre quienes pueden comprar la felicidad con acceso a estabilidad, certidumbre, paz, entre otras. Pero mientras algunos pueden estar en un estado de equilibrio de chacras evitando la realidad, otros se sofocan en el estrés, la angustia, y la depresión de una vida insoportable y miserable, como la vida es en sí, cuando no la ficcionamos con falsos credos de estabilidad y bellezas ilusas. 
Cuando esa estabilidad de utilería es perturbada, la violencia, la fuerza modificadora para quienes sufren el dolor de la vida, desean alcanzar algo de paz, se les condena transversalmente, se les punitiviza, y las transformaciones  terminan acentuándose como  delito, donde solo hay miserables acto molesto en la individualidad, que la transforma en demandas y funas en redes sociales, toda incomodidad nos violenta, nos “pasa a llevar”, nos hipevictimizamos, y comenzamos con equiparar un garabato con un asesinato, en la misma escala de irracionalidad, en la misma barbarie, condenamos del mismo modo un abuso sexual, con un “joteo” en redes sociales, se equiparan las acciones de uso de fuerzas de individuos politizados en contra de  situaciones opresivas,  con las de las fuerzas entrenadas y con el derecho de ejercer la violencia de un estado contra sus ciudadanos, comparamos todo acto y lo igualamos, a tal punto de relativizar la violencia, a tal punto que la violencia estructural  no existe, a tal punto que la  violencia  de estado  e institucional, es lo mismo que el de una persona  natural. A ello la burguesía actual le llama “naturalización”.
Todo sería muy distinto si estuviera la  violencia naturalizada, porque hablaría de una sociedad sana mentalmente, que logra identificar el dolor en un otro a partir del uso propio de la fuerza, tendríamos herramienta  para observar y ecualizar los niveles de esas fuerzas, en cambio sin reconocerla, evitándola, y castigándola, no sabemos cómo administrar esa fuerza, lo que conlleva al uso desmedido o inconsciente de aquellas fuerzas.
El progresismo burgués e “izquierda” neoliberales han permitido esta relativización de la violencia, a tal punto que no importa qué es lo violento, sino el relato de dolor y victimización, que genere réditos, en la agenda política o mediática, etc. Sin poder hoy identificar qué es violencia, lo heterogenio de esto llega a niveles que la violencia perteneciente al abuso de poder, mediante las fuerzas estructurales, ya no perturban, ya que se institucionalizaron para un pequeño grupo hegemónico que puede ostentarlo y usarlo sin reprimendas, y ello es muy distinto a naturalizar.
Aquellas violencias estructurales han sido ejercidas sistemáticamente contra niños del SENAME, lamentablemente no indignan para movilizar al punto de que las sociedades debieran tomarse La Moneda hasta que se solucione el problema de raíz. Si esa violencia es la que puede gobernar, si esa es la violencia que es permitida a ejercerse desde los grupos de poder, es porque hemos naturalizado el ser sometido al poder y su violencia estructural. La  fuerza de las sociedades que es violenta debe ser encerrada como un veneno sintético, para impedir el uso natural de la fuerza a través de la rabia, que rompe con algo siempre para crear nuevos escenarios,   la rabia generaba la medición de las fuerzas entre el estado  y la sociedad organizada, hoy esa medición no existen a cambio, la individualización  va creando  masas de ira, llenas de su propia frustración, ensimismada e insana, y paga con sus impuestos a policías, para que usen la violencia contra  ellos mismos, y sobre todo de quien sea observado como disidente a la ostentación de la  violencia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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