Nos habíamos amado tanto – El Mostrador



Recurro a Scola para escribir esto. C’eravamo tanto amati. Pero también pude haber recurrido a Neruda, enorme poeta, venido a menos a propósito de los paradigmas que se instalan en nuestra renovada sociedad y de su mal comportamiento. Él habría dicho lo que yo mismo quiero decir ahora: “Confieso que he vivido”. Porque, qué más puede hacer uno metido en su sarcófago. Solo la memoria es posible, mientras no la perdamos del todo. El gobierno de turno se preocupará de que nos cambien los pañales.
Nací a la vida política con la Marcha de la Patria Joven. Era un niño y mi padre presidía el Partido Demócrata Cristiano en La Unión. Hacía notables discursos en la plaza pública y don Eduardo pasó muchas veces por casa. La idea parecía encender a mi familia y a muchos de los correligionarios que marcharon hasta Santiago y celebraron después el triunfo. Luego vino la Reforma Agraria y las expropiaciones y la chilenización del cobre, que Salvador Allende completó poco después, nacionalizando los minerales sin indemnizar a sus dueños. Estábamos ya en la Unidad Popular y qué puedo decir de tales críticos momentos. La sociedad dividida, la violencia política desatada en las calles, el paro nacional de los camioneros –y de los médicos, ojo con esto–, la ITT, el convocado Nixonicidio, el golpe de Estado, primero en gestación y luego materializado, con los aviones de la Fach sobrevolando La Moneda y bombardeándola.
Y luego vino la dictadura militar, que duró muchos años. La novedad de esta dictadura, a diferencia de otras en América Latina –todas promovidas por los gringos, con cuartel general en la embajada norteamericana–, es que realizó una transformación de la sociedad, que se movió desde el “estadocentrismo” –que hoy se recupera en algún grado– al “mercadocentrismo”, es decir, a la enfermedad social que hoy se busca erradicar, el neoliberalismo, el individualismo. Recuerdo que recuperamos las importaciones de las revistas mexicanas, que habían sido sustituidas por inolvidables personajes y dibujantes locales durante la Unidad Popular: el Jinete Fantasma, Mizomba el Intocable, el Capitán Júpiter, Mawa. Toda esa industria quebró, como tantas otras. Hoy se encuentran las revistas en el Persa Biobío. Y el hit “Muevan las Industrias” de Los Prisioneros.
Menuda dictadura, ¿eh? Yo había ingresado recién a la universidad y, mientras estaba de vacaciones de invierno, las que se habían desplazado por huelgas estudiantiles varias, vino la tragedia. Mi padre me instaló su radio a pilas en el velador y pude escuchar los bandos y las marchas militares. Después, mientras éramos estudiantes le hicimos frente a la dictadura con lo del apagón cultural y promovíamos cultura llevando a Concepción a grupos de música que empezaban a poblar el escenario, algo de Canto Nuevo y un poco también del viejo. Esos éramos los hippies, por aquel entonces amigos de los comunistas. Pero mientras tanto vivíamos paranoicos en un mundo de noticias de crímenes políticos perpetrados por el Estado y de los más horrorosos atropellos a los derechos humanos. Los de Conce conocimos muy precozmente de la colaboración de la Colonia Dignidad en la materia, gracias al caso de amigos muy cercanos e historias de amor que se desvanecían en el aire en medio de los raptos y las torturas.
Hasta que recuperamos la democracia. Se abrió un camino, y la oposición formal al gobierno, dedos apuntando mediante, decidió tomarlo. Pinochet creía que seguía. Se lo decían unas encuestas que el propio gobierno encargaba. Pero, dígame usted, ¿quién le habría dicho otra cosa al dictador? Y ganó el NO. Y vino la mentada transición que hoy día se critica, como si hubiera sido posible hacer otra cosa o transitar a otro ritmo con pinocheques –abierto robo de la familia del dictador– y “ejercicios de enlace”. Caminábamos con pies de plomo, haciendo equilibrios. Lo supimos muy claramente los que estábamos en el sector salud, que nos demoramos unos cinco o seis años en atrevernos a plantear formalmente la necesidad de recuperar nuestro sistema de seguridad social de la salud, no obstante lo teníamos claro desde el primer día. Y no está de más decir que aquí estamos “igual pascual”, en la materia.
Hemos visto tanto. Vimos a la derecha recuperar el poder por la vía democrática, en dos gobiernos. Vimos a la Concertación de Partidos por la Democracia desarticularse y cargar con la culpa y la vergüenza por lo no obrado, en el más espectacular ejercicio de autoflagelancia, del cual solo unos pocos escaparon con la frente en alto. Luego vino el estallido social, una mezcla entre el espontáneo discomfort de las grandes mayorías y el activismo político duro contra el gobierno, al final con la pandemia sobre la mesa. El tema cerró con un gran acuerdo, con una “válvula de escape”. Había que reformar la Constitución, dijeron los políticos. Y tal cosa pareció del agrado de todos y de pronto el pueblo calmó sus ansias y la revuelta en gran medida se resolvió. Y así fue que se dieron los pasos para tener hoy disponible una propuesta de reforma constitucional que hemos de aprobar o rechazar, pero que todos dicen que hay que cambiar.
Entonces, ha pasado tanta agua bajo el puente que salimos de nuestros sarcófagos de vez en cuando y damos unos pasitos enclenques, como la momia egipcia, para concurrir a contar nuestro relato.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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