La metapolítica – El Mostrador



Recientemente, el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, apareció en una reunión en el metaverso a través de redes sociales, marcando un hito en el uso de esta tecnología en la región. Efectivamente, desde Brasilia sostuvo una conversación con su ministro de Comunicaciones y un director de la Agencia Nacional de Telecomunicaciones, quienes se encontraban a más de 9 mil kilómetros de distancia en California, Estados Unidos, aunque todos en una misma sala virtual. Utilizando un headset que permite la inmersión en tiempo real, estos representantes debutaron en esta plataforma que, tal como se espera, domine los próximos años.
El uso de la tecnología en política no es desconocido. Ya en el periodo de la Unidad Popular, en el Chile de la década del 70, el Presidente Salvador Allende aprobó el desarrollo de un complejo proyecto denominado “Synco” o “Cybersyn”, cuyo fin era desarrollar un sistema de planificación económica en tiempo real. El encargado de llevar a cabo esta ambiciosa idea fue el británico Stafford Beer, quien, con un conjunto de programadores chilenos, logró diseñar un software que transmitía información desde las empresas estatales a una sala de operaciones que facilitara la toma de decisiones de aquel Gobierno.
De uno u otro lado, la tecnología ha estado al servicio del desarrollo de los países y, en general, se ha vinculado al campo militar (qué duda cabe de ello). Aunque según información del Banco Mundial, el mundo destina aproximadamente un 2,63% del PIB en gastos en investigación y desarrollo (Chile tan solo destina un 0,34% del PIB), lo cierto es que el avance del desarrollo tecnológico en áreas como las digitales se instala como un espacio democratizador de las sociedades. Pues, al margen de los obstáculos de acceso del hardware en sectores de la población y el costo asociado a la investigación, el potencial creativo de las personas yace en todos los rincones, y el metaverso es una oportunidad para demostrarlo.
Esta nueva etapa de la Internet inspira diferentes lenguajes tecnológicos, de modo que la innovación en este campo procurará expandir los usos de estas experiencias metaversales en las que nos sumergimos. El uso de pantallas de computador o smartphones son reemplazados por anteojos que, como tales, permiten observar toda una realidad, una que mezcla lo físico con lo virtual, y que cada vez mejorarán la reproducción de los entornos creados que vemos. Y esto es fundamental de comprender: el metaverso permite diseñar mundos a nuestra imagen y semejanza, y más. Dicho de otro modo, puede reflejar nuestras luces y sombras.
Ciertamente, toda tecnología conlleva un riesgo, en tanto que está al servicio de lo humano. Basta hojear la historia para observar cómo el conocimiento ha permitido edificar las mayores devastaciones de la humanidad. De allí que sea posible imaginar problemas que pongan en tensión la convivencia en el metaverso, ya que es imposible limitar la transferencia de los males de un lado hacia otro. Ahora bien, un uso y un desarrollo regulados permitirían estrechar las desigualdades sociales, tutelando los intereses de las personas en este afán de comunicarlas entre sí y acercarlas a experiencias que, tributarias de lo físico, serían inaccesibles de otro modo. De allí que el uso en política de esta herramienta puede abrir caminos de soluciones imprevistas.
Tal como lo hacía el presidente brasileño, reuniones metaversales podrán convertirse en asambleas públicas, audiencias protocolares o reuniones interregionales, lo que implica una mayor eficiencia en la utilización del tiempo y los recursos que se disponen. Asimismo, y en la medida que la producción de hardware lo permita, la metapolítica posibilita aumentar la cantidad de participantes en una misma interacción en tiempo real, lo que acerca las probabilidades de intervenir en los asuntos de interés público. Lo anterior abre las ventanas del poder, convirtiéndose en herramientas de control ciudadano, aumentando así las alternativas de forjar gobiernos transparentes que alimenten la confianza.
Asimismo, el metaverso permite multiplicar el esfuerzo humano y, con ello, la distribución de su obrar, de modo que la capacitación de funcionarios públicos podría ser simultánea en distintas partes de un país, no detrás de una pantalla, sino que interactuando en un espacio que, por más digital que sea, constituye una experiencia común. Lo mismo podría ocurrir con las clases de un profesor universitario que, por su relevancia, tiene agotada la matrícula presencial, pudiendo abrir espacios en su aula metaversal, idéntica a la que se encuentra en la facultad en la que trabaja, multiplicando su audiencia. Es una oportunidad para solucionar los problemas propios de la desconexión territorial y que, por ejemplo, le permita a una niña, niño o adolescente del altiplano coexistir con sus pares en cualquier parte del país, indistintamente de las barreras físicas que los separan y sin perder su identidad local.

En dicho sentido, el metaverso es una tecnología inminentemente democrática, pues su base depende de la creatividad de las personas, la que potencialmente descansa de forma igualitaria en todas y todos nosotros. De allí que la política prontamente deberá consolidar reglas técnicas que permitan una operación universal de esta nueva tecnología, salvaguardando el derecho de las personas. Y es que, mediante esta nueva forma de comunicarnos, el ágora pública abre sus fronteras y nos ofrece un espacio en que el prejuicio físico se diluye en el virtual.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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