¿Es momento de adecuar el uso de la Unidad de Fomento?



Cuesta creer que, cuando se promulgó su uso en 1967, la Unidad de Fomento (UF) fuera a generar una dependencia de precios que presionara el costo de la vida. Más bien, su espíritu radicaba en la revalorización de los ahorros de las personas en contextos de inflación y que les permitiera tener una herramienta que resguardara, en términos reales, sus recursos. Sin embargo, la sensación es que es la UF la responsable de la inflación.

El propósito de la UF, como resguardo de los ahorros, presume que existe una capacidad de ahorro que es ajena al costo de la vida. Es decir, asume que los individuos pueden costear sus bienes y servicios y, posteriormente, los recursos sobrantes pueden ser ahorrados. Si consideramos la Encuesta Suplementaria de Ingresos, durante el 2021 el 50% de la población percibió un ingreso de hasta $457.690 y, sumado a que el Informe Trimestral de Viviendas de la Región Metropolitana señala que el arriendo promedio de un departamento, para el primer trimestre de 2021, es de $584.941, cuesta creer que la capacidad de ahorro exista para, al menos, la mitad de Chile.
Eliminar a la Unidad de Fomento para aliviar la inflación es similar a pedir que se destruyan los termómetros para reducir la fiebre. Simplemente, no es la solución. Sin embargo, lo que no está considerado es que los productos y servicios indexados a UF ajustan sus perspectivas de acuerdo con el pasado, presionando la espiral inflacionaria futuro y transfiriendo, en la medida de lo posible, parte de esta alza al consumidor final. En este contexto, es razonable cuestionar qué tipo de productos y/o servicios debiesen emplear la UF para ajustar sus precios.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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