Los reemplazantes y los reemplazados en la política chilena



Estamos ante un masivo y casi hegemónico reemplazo generacional en la política nacional. ¿Qué le pasó a la generación de los 80? La que tanto prometía, la que reemplazaría a la generación “sesentera” y “setentera”?
Parte de la compleja explicación de importantes fenómenos políticos de estos días, incluido el mapa de adhesiones Rechazo/Apruebo para el plebiscito de salida, está dada por el tema generacional. La sorpresa de los reemplazados al ver las caras nuevas de los varios cientos de jóvenes profesionales que se tomaron el Estado, con sus vistosos títulos académicos, y con –hasta ahora– una irreductible vocación de poder.
Con mucha más voluntad de poder –como un colectivo– que sus antecesores ochenteros, para los que la práctica de lo individual y el brillo personal eran las metas más buscadas.
No sorprende entonces que los reemplazados no fueran capaces de levantar, nunca, un líder que los hubiera convocado y unido.
La generación de los 80 se quedó en promesa inconclusa por políticamente correcta, por transar en lo que le era más esencial, por confundir el destino con el proceso, por perder la fe en que era posible luchar con ardor e irreverencia por un destino más justo, democrático y participativo, que era –todo indica– la meta hacia donde Chile quería transitar.
Tan adormecidos están los “jóvenes viejos”, que acusan una abrupta e irrespetuosa irrupción de reemplazantes que eran invisibles para ellos, aun cuando la nueva generación está liderando y acumulando poder desde hace diez años, desde las protestas universitarias ocurridas en el primer Gobierno de Piñera hasta hoy (y quizás desde antes, la protesta pingüina en el primer Gobierno de Bachelet), en los que ganaron todo o casi todo.
¿No será posible que este reemplazo sea una razón fundamental para la molestia, incluso rabia, que revelan las destempladas críticas a cualquier acción emprendida por las nuevas autoridades del Estado? ¿No será este un motivo oculto de una parte del Rechazo?
Es presumible que las ganas de que se produzca una derrota política de los reemplazantes, y disfrutarla, movilice más encono que todas las sesudas razones para votar en contra del texto propuesto por la Convención Constitucional, esas doctas razones dichas con voz impostada y experiencia serena.
Una generación de “jóvenes viejos” a los que les quitaron el poder, proceso doloroso para el que nadie nunca ha estado preparado, ni dispuesto a aceptarlo sin resistencia.
Dirigentes o personeros importantes de un sistema político que hoy les da trato de ex, de políticos jubilados, no siendo viejos aún, sintiendo que tienen que ser escuchados y considerados por lo que fueron e hicieron, sin autocrítica.
La misma falta de humildad que reprochan a los reemplazantes, es la humildad que nunca han tenido ellos, que calificaban desde el Olimpo lo que era la buena y la mala política. Esa generación ochentera tuvo su última oportunidad en el segundo Gobierno de Bachelet y se la farreó. Cuestionaron, recortaron y entorpecieron los cambios que ese Gobierno quiso realizar para hacerse cargo del hastío de los chilenos por la innumerable cantidad de abusos cometidos por muchas empresas privadas y por el propio Estado.

Y, ¿qué pasó? Pasó que la gente no dio más, que exigió cambios verdaderos, siendo el primero de ellos la jubilación de la clase política que se había entronizado en el poder. Al grito que exigía que “se vayan todos”, se fue produciendo el reemplazo generacional de los “viejos jóvenes” por un contingente enorme de desconocidos, idealistas, muchos muy arrogantes, pero con una mirada actual, correspondiente al mundo que vivimos y no a los miedos de la transición a la democracia.
Ciertamente debe resultar intolerable este nuevo Chile a los “viejos jóvenes”. Por eso mayoritariamente apuestan al Rechazo y alimentan el anhelo de que las cosas vuelvan a su sitio, y ellos conducir a estos inexpertos reemplazantes a la sana virtud de la moderación.
Hay mucho de frustración disfrazada de seriedad. Hay mucho temor a volver a ser ciudadanos sin club.
Una generación que va de salida y que prefiere guarecerse en las polleras de la derecha política para intentar recuperar parte del poder perdido y evitar que los grandes cambios se hagan sin considerarla.
Lo terrible para los que no están dispuestos a adaptarse a las nuevas circunstancias es que podrá ser rechazada la propuesta de nueva Constitución, lo que es totalmente legítimo, pero el reemplazo generacional ya tuvo lugar y muy probablemente no tendrá vuelta atrás, y eso quizás sea bueno para Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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