Más que nunca, más educación en DD.HH.



Con meridiana claridad, un hombre de unos 70 años, responde al periodista ante su consulta: “En caso de golpe de Estado, ¿usted defendería al gobierno?, a lo que la persona señala: ‘Sí, lo defendería, porque tengo experiencia que lo único que vale es la democracia’”. Era agosto o septiembre de 1973. 
No tenemos más antecedentes de quién era el hombre entrevistado, tal vez un simple ciudadano, pero en atención a su edad y la alusión realizada sobre su experiencia personal, nos hace pensar que tal vez se trata de alguien que tiene en su memoria otro momento oscuro de la historia chilena. Probablemente pensaba en la dictadura de Ibáñez del Campo, o al período de la Ley Maldita de González Videla. Como fuere, es la experiencia y el recuerdo lo que hacía a ese hombre común valorar por sobre todo la democracia, ya que o vivió períodos autoritarios, o supo de ellos. 
En estos días nos enteramos de una nueva encuesta CEP, la cual vuelve a mostrarnos preocupantes índices respecto a la valoración de la Democracia. Un 19% se mostró de acuerdo con la frase: “En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”. Y si bien es cierto esta tendencia ha estado presente en anteriores sondeos de opinión y puede tener, además, un correlato con la situación internacional, no deja de ser alarmante.  
Con el retorno a la democracia, se iniciaron  varios procesos de búsqueda de verdad, de justicia, de reparaciones y garantías de no repetición. Podremos discutir sobre cuán profundos o logrados fueron o son cada uno de ellos, pero en materia de verdad y de reparaciones hay, a mi juicio, un conjunto de logros no menores. Los informes de las Comisiones de Verdad, por una parte, tienen un peso incuestionable. Y la existencia de Sitios de Memoria y el propio Museo de la Memoria y los DD.HH., son un aporte en este sentido. 
Villa Grimaldi, en Santiago, Memoria Chacabuco en Antofagasta o Egaña 60 de Puerto Montt, son algunos  ejemplos de sitios de memoria que realizan una labor encomiable: conservar lo ocurrido durante la dictadura  civil-militar de 1973 a 1990, pero además, desplegar un esfuerzo de diálogo con las actuales generaciones.  
De similar manera, el Museo de la Memoria ha llegado a recibir presencialmente a un poco más de 631.000 personas entre 2016 y 2018, años prepandemia y estallido. Y un porcentaje considerable son estudiantes tanto escolares como de educación superior.  
Y si bien existen en el marco curricular chileno unidades que abordan temáticas de historia reciente, las violaciones de derechos humanos durante la dictadura y un plan de educación ciudadana, en la voz de los propios estudiantes y de sus docentes, se valora enormemente la asistencia a estos espacios de memoria, como un recurso pedagógico clave para generar aprendizajes profundos y significativos. 
Son los Sitios de Memorias y el propio Museo, lugares privilegiados para informar sobre lo ocurrido cuando, por ejemplo, el Poder Judicial comenzó a abandonar su función o cuando algunos medios de comunicación se prestaron para exhibir falsedades o cuando la arbitrariedad parecía ensombrecer la dignidad humana.   
Y es que esta historia reciente, que vivieron los padres y abuelos de los jóvenes de hoy, no es simplemente una historia pasada, fosilizada. Es una vivencia que permanece activa y en diálogo y debate con la realidad actual.  
Tal vez ese sea su principal valor: esa memoria de lo que no deseamos volver a vivir, demanda y requiere para su eficaz transmisión y valoración de la natural contraposición e interpelación de las demandas actuales. Y esto se debe a que, precisamente, formar en y para los derechos humanos supone, entre varios elementos, abandonar las posiciones facilistas y adentrarnos a discutir los complejos dilemas éticos y sociales que atraviesa toda sociedad humana. 
Las actuales generaciones desean que se les muestre lo perverso del ingenio humano y también las luces creativas de la resistencia ciudadana. Pero también esperan que se les acompañe en sus demandas contemporáneas. Siendo tal proceso sin duda complejo, solo me animo a sugerir, como elemento guía, la coherencia. Tanto el sistema educativo, los sitios de memoria, así como el propio Museo de la Memoria y los DD.HH. deben no solo hablar de derechos fundamentales, sino que vivirlos, hacerlos carne en su propia praxis. 
Por lo mismo, preocupa que en menos de un mes de asumida la nueva directora ejecutiva del Museo de la Memoria, María Fernanda García Iribarren, se hayan producido 5 desvinculaciones (al menos una de ellas con denuncia ante Tribunales), se contrate directamente y sin concurso a nuevo personal, y que ante las denuncias de maltrato y acoso laboral que pesan sobre jefaturas de áreas, como la jefa de Colecciones María Luisa Ortiz, estas no hayan tenido ni siquiera una amonestación. 
Para educar en DD.HH., debemos hacerlo asumiendo las complejidades de los dilemas y problemas actuales, con transparencia y coherencia en el actuar institucional y, a la vez, perseverando en las acciones que lleven a abrir más diálogo con los y las jóvenes y espacios educacionales. En estos momentos, más que nunca, más educación en derechos humanos y no menos. 
Con la misma claridad que aquella persona anónima lo dijese, antes que se desatara la barbarie, nosotros podemos decirlo también: “Sí, defendemos la democracia, porque lo hemos aprendido, lo único que vale es la democracia”. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment