UNASUR 2023: desafíos energéticos, alimentarios, tecnológicos y ambientales



La Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) es una organización internacional que surge el 23 de mayo del año 2008 durante la III Cumbre del Consejo de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en Brasília, Brasil, estableciéndose en su origen como una unión intergubernamental de 12 países sudamericanos.
Quince años después de este evento fundacional, es nuevamente Brasil y su presidente Luiz Inácio Lula da Silva (Lula), quien convoca, para mayo del 2023 a los Jefes de Estado y de Gobierno sudamericanos con el propósito de reestablecer esta alianza sudamericana sobre la base de nuevas prioridades y visiones comunes.
Alberto Van Klaveren planteó el año 2018, en su artículo “El eterno retorno del regionalismo latinoamericano” que UNASUR fue el resultado de una sucesión de cumbres presidenciales iniciadas por Brasil a partir del año 2000, que respondían a un nuevo concepto geopolítico impulsado por la diplomacia brasileña. Hoy, le toca a nuestro actual Canciller, junto al presidente Gabriel Boric participar en dotar de actualización y orientación estratégica el reimpulso de la Unión da Naciones Sudamericanas en clave crisis ecológica global.
Al inicio del segundo mandato de la presidenta Bachelet, con Muñoz en la Cancillería, Chile impulsó en noviembre del 2014 la idea de una convergencia en la diversidad entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur, para explorar objetivos comunes que permitiese avanzar en conectividad física, facilitación comercial, integración productiva, desarrollo de cadenas de valor, turismo, innovación, desarrollo científico y tecnológico, monitoreo y participación en negociaciones comerciales internacionales, y movilidad académica entre otras temáticas relevantes.
Mover la aguja para avanzar hacia un regionalismo de alta visibilidad y al alcance de la mano en la forma de contratos de trabajo, convenios de intercambio o boletos de avión, para el pleno ejercicio de las ciudadanías sudamericanas, vinculadas a los desafíos globales del siglo XXI, pasa por una actualización estratégica de las prioridades sudamericanas.
El gran desafío para Sudamérica es que el regionalismo se exprese en un espacio común habitable en sus trayectorias y plausible en marcos regulatorios flexibles y adaptativos a las necesidades de las personas, los mercados y los objetivos estratégicos de los Estados, tanto para ejercer profesiones y oficios, como para forjar alianzas estratégicas entre empresas y universidades. Más contratos profesionales en ejecución, intercambio estudiantil de graduación y posgraduación, negocios con nuevos productos y servicios que potencien la bioeconomía, convenios de investigación aplicada en áreas sensibles, vinculadas a la crisis ecológica y un capital humano avanzado, capaz de liderar la innovación colaborativa sudamericana.
Una verdad histórica consistente es que Brasil es un gigante que mira hacia el Atlántico y localiza su fuente de poder global en los BRICS. Asimismo, para la mayoría de los brasileños la expresión “sudamericano” o “latinoamericano” no es reflejo, hasta ahora, de una identidad compartida con el resto de los países sudamericanos. El idioma español no existe en su señalética urbana ni en su sistema educativo y solo el 0,26% de su población domina la lengua española.
A propósito de integración en el Cono Sur, ¿cuánto se demora en llegar a destino el tren desde Santiago hasta Mendoza? No lo sabemos, pero si sabemos que ese tren no existe. Si sabemos que estamos a pocas horas en avión de aterrizar en Brasil, pero esa decisión ciudadana es básicamente por razones turísticas y limitadamente por causas de formación profesional o inserción laboral hacia otros destinos sudamericanos.
¿Cómo entenderse con un gigante como Brasil, un país con más de 212 millones de habitantes, donde apenas medio millón de brasileños habla español? Además, bien sabemos que el “portoñol” no es una herramienta de comunicación eficaz y tampoco tiene el peso cultural y simbólico del “spanglish” en la relación de los hispanohablantes y su penetración en EE.UU.
Estos temas/problemas los vivió Europa durante y después de las devastadoras guerras mundiales. Comenzaron con la “comunidad del acero y el carbón”, para reconstruir Europa, después de la masacre entre europeos. Avanzaron hacia una “Comunidad Económica Europea” y al esfuerzo de integración que hoy conocemos como la Unión Europea. Aquí, hubo compromiso político y voluntad ciudadana para entenderse con más idiomas de diferencias que los que tiene Sudamérica. Con más historial de conflictos, no centenarios, sino que milenarios.
No estamos condenados a vivir sucesivos esfuerzos de integración fallidos por el peso de la retórica política, cuya narrativa apenas vislumbra el QUÉ y poco ha avanzado en el CÓMO. Recordando la linterna exploradora de Carlos Matus y su frase “los políticos no saben que no saben”, ya es hora de que un nuevo ejercicio de ciudadanías sudamericanas produzcan la energía suficiente en los sistemas políticos y económicos, para que las instituciones conductoras de los Estados y gobiernos sudamericanos hagan lo suyo.
El objetivo central de UNASUR se planteó para construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental, energético y de infraestructura, que tribute al desarrollo intrarregional. En ello, cabe examinar cómo las identidades de cada país sudamericano se ven a sí mismas y en su relación con los demás, para avanzar en el ejercicio de ciudadanía de los comunes y corrientes en un espacio ampliado sudamericano con toda la riqueza que ello implica.
Convengamos en que a la mayoría de los habitantes de Sudamérica les importa muy poco la existencia de UNASUR y sus reuniones, pero si fuese noticia que, a propósito del esfuerzo diplomático de sus representantes, se abre un mercado laboral del tamaño de Sudamérica, con reconocimiento y validación de títulos profesionales, técnicos y oficios, disponible para cualquier ciudadano sudamericano, con facilidades de acceso y regulaciones especiales que fortalezcan las economías formales, es probable que la física de un pasaporte sudamericano, por fin deje atrás décadas de retórica integracionista de bajo impacto en las vidas reales de las personas.
Un campo de fortalezas favorables para el abordaje de intereses comunes, va a ser cómo enfrentamos el impacto de la crisis ecológica global. Al menos, las ciudadanías que habitan Chile, saben que el país evidencia dificultades serias en 7 de 9 factores de vulnerabilidad climática. En tal sentido, desde el gen egoísta, Chile tiene que avanzar “colaborativamente” junto a las demás naciones sudamericanas en los desafíos energéticos, alimentarios, tecnológicos y ambientales que son parte de las soluciones de diseño para cualquier comunidad humana resiliente en sus procesos de adaptabilidad a contextos de alta complejidad e incertidumbre.
Sudamérica tiene ventajas visibles en estos cuatro ejes fundamentales para resignificar la regionalización en cuanto a soluciones adaptativas a nivel de fuentes de energías limpias compartidas, seguridad y sostenibilidad alimentaria común, innovaciones tecnológicas colaborativas, que ponen al centro a las personas y compromisos ecosistémicos integrados de alcance regional y global. Por ahí va la micro (corredores bioceánicos) y la macropolítica generosa y fértil como la luz solar de los desiertos y el verde esperanza de nuestros ecosistemas.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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