Antoine de Saint-Exupéry: las aventuras del autor de “El Principito” en Argentina



Nota escrita por Antonella Morello y Erika Cabrera.Aviador y escritor, autor del segundo libro más traducido de la historia luego de la biblia, El Principito, una obra sin precedente; Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon, Francia el 29 de junio de 1900 y vivió un año y medio en Argentina. Sus aventuras por nuestro país fueron efímeras, pero emocionantes e inspiraron grandes obras.Saint-Exupéry llegó a Buenos Aires el 12 de octubre de 1929, en representación de una empresa aeropostal entre Francia y Sudamérica, donde tenía como objetivo poner en marcha el ramal hasta Comodoro Rivadavia y estudiar la prolongación de esta línea hasta Río Gallegos. Esta experiencia inspiró su novela Vuelo Nocturno, que sería premonitoria de lo que le ocurriría años después, el 31 de julio de 1944 para ser precisos, durante una misión de reconocimiento por el Mediterráneo a finales de la Segunda Guerra Mundial.A su vez, existe otro ejemplar que aborda verdades y algunas versiones populares, que aseguran que parte de la inspiración del aviador para crear a gran obra El Principito, provino de un accidente en las tierras del fin del mundo, donde halló no a un pequeño que quería que le dibujase a un cordero, sino a dos hermanas adolescentes de 12 y 18 años que tenían un zorro domesticado, que lo dejaron asombrado. Esta historia la reúne el ejemplar Las Princesitas (2019), del autor santafesino Nicolás Herzog, quien también dirigió una adaptación cinematográfica de la novela de Saint-Exupéry llamada “Vuelo nocturno: la leyenda de las princesitas argentinas” (2016) y que sobre esta base narrativa se unió a la pluma de la autora colombiana Lina Vargas (colaboradora de medios nacionales como La Nación y las revistas Don Julio, Sophia, La Agenda).Saint-Exupéry tenía entre 29 y 30 años cuando, durante un vuelo hacia Paraguay, tuvo que descender de emergencia en un campo de Concordia, provincia de Entre Ríos. Allí vio que esas dos hermanas adolescentes, Susana y Edda Fuchs, se reían y hablaban de él en un idioma que desconocían. Para ellas, el encuentro también significó un impacto: un hombre hallado en circunstancias y con prendas desconocidas.Tanto el libro como el documental cuentan, que las jóvenes lo condujeron a su vivienda, el Castillo de San Carlos (hoy en ruinas), estilo Luis XV, en medio de un oasis frente al río Uruguay. Una palabra que no está escrita al azar. Recordemos que en El Principito, el aviador aterriza -como el pequeño príncipe- en el desierto de Sahara. Sin embargo, parte de la misma premisa en una de sus novelas anteriores (la siguiente a Vuelo Nocturno), Tierra de hombres (1939), donde además titula su capítulo 5: “Oasis”.”Tanto os hablé del desierto que antes de seguir hablando de él me gustaría describir un oasis. La imagen que tengo de él no está perdida en el fondo del Sahara (…) Era cerca de Concordia, en la Argentina, pero hubiera podido ser en cualquier otro lugar: de tal modo está difundido el misterio”, escribió Saint-Exupéry en el libro.Volviendo a Susana y Edda Fuchs, existen registros que aseguran que ambas “amaestraron a un zorro” (como quien dice “si me domesticas seré para tí único en el mundo”) y “jugaban con serpientes”. También, que parte del anecdotario y el asombro de aquel hombre francés por las niñas (que peligrosamente el autor Herzog traza una comparación entre la atracción que Lewis Carroll sintió por la niña que inspiró a su Alicia en el país de las maravillas), fue publicado primero en la nota “Princesas argentinas” en la revista Marianne del 14 de diciembre de 1932, dos años desde su estancia en Entre Ríos.Por otro lado, un director de cine concordiense, Danilo Lavigne, también se nutrió de las vivencias de Saint-Exupéry en el país, y las volcó en un documental -justamente titulado- “Oasis” (1994), editada por el sello Blakman y emitida inclusive por Canal 7/ ATC, donde recopiló el paso del autor-aviador en la provincia.El asombro que Saint-Exupéry sintió por la Argentina, le devolvió una admiración multiplicada. Y cuando del autor con nuestro país, podría haber quedado más aún en la historia, el empresario Alejandro Roemmers consiguió los derechos y creó una suerte de libro continuación: El regreso del joven príncipe (2008). Tal vez para devolvernos (o devolverse) a un personaje tan mágico como a la vez metafórico como lo es aquel “principito que habitaba en un planeta apenas más grande que él y que tenía la necesidad de un amigo.””Como muchos otros que han leído El Principito, también yo sentí la sencillez de su mensaje y compartí la tristeza de Saint-Exupéry cuando este niño héroe, que había llegado a lo más profundo de mi corazón, se vio obligado a regresar a su asteroide. Muchas veces me he preguntado, como quizá tú también lo hayas hecho, lo que habría sido de este niño tan especial de haber seguido viviendo entre nosotros en estos tiempos. ¿Cómo habría sido su adolescencia? ¿Cómo habría podido preservar inmaculada la inocencia de su corazón?”, reconoce Roemmers. En su relato de ficción, la reaparición del Principito adolescente se da en la Patagonia argentina, y su historia busca transformar el corazón adulto de un autor desalentado en un sistema que persigue más la mercancía, que la creatividad.La obra fue adaptada el año pasado 2022 en el musical “Regreso en Patagonia” con música de Nazareno Andorno y dirección general de Sebastián Irigo, que reunió las actuaciones protagónicas de Fer Dente, Franco Masini, Iñaki Aldao (“El curioso incidente del perro a medianoche”), Laura Esquivel (“Kinky Boots”), Karina Hernández (“Gorda”), Cande Molfese (“Rent”) y Roberto Peloni (“Shrek”), en el teatro Metropolitan Sura, de la avenida Corrientes de la Ciudad de Buenos Aires.Después (o antes) de todo, como escribe el mismísimo Saint-Exupéry, si intentamos “describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y podemos transformarnos como las personas grandes que no se interesan más que en las cifras”. Por eso, escribimos este fragmento de su vida y tratamos, “por cierto” -tal y como está en su clásico que nos sigue acompañando- de que sea “lo más parecido posible”.



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