EEUU e Israel: la fortaleza de una relación



Tema

Se analiza la relación bilateral entre Estados Unidos (EEUU) e Israel, en particular la asistencia militar, y su papel en el actual enfrentamiento entre Israel y Hamás.

Resumen

EEUU e Israel mantienen una relación más o menos firme desde hace más de 75 años, que ha pendulado entre el razonamiento moral y la justificación estratégica, con dos momentos decisivos: la guerra de 1967 y la Administración Reagan. La actual crisis estalla en un momento en el que para EEUU Oriente Medio es un teatro secundario y está centrado en la guerra en Ucrania y, sobre todo, en la competición geoestratégica con China. A pesar de ello, la respuesta de la Administración Biden han sido de apoyo firme a Israel, aunque el tono y el fondo están cambiando.

Análisis

La promesa del presidente de EEUU, Joe Biden, de que su país “estará al lado de Israel” tras el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre, simboliza la continuidad de una relación especial que se remonta a 1948, cuando el presidente de EEUU, Harry Truman, se convirtió en el primer líder mundial en reconocer el Estado de Israel. Lo hizo sólo 11 minutos después de que el primer ministro israelí, David Ben-Gurion, declarara la creación de un nuevo Estado. Fue un movimiento muy simbólico de la Administración Truman, aunque posteriormente EEUU mantuviera el embargo de armas a Israel –y a aquellos países que participaron en la guerra árabe-israelí que tuvo lugar inmediatamente después– que levantaría John F. Kennedy. La decisión del reconocimiento enfrentó además a Truman con su propio Departamento de Estado cuyo entonces secretario, George C. Marshall, se oponía a dar el paso.

Desde entonces, ambos países han mantenido una relación más o menos sólida durante más de 75 años, con dos momentos decisivos: la guerra del 1967 y la llegada de la Administración Reagan.

Hasta 1967 Israel mantenía relaciones cordiales con EEUU, pero no tan estrechas como posteriormente. No era el mayor receptor de ayuda militar estadounidense y los propios israelíes albergaban dudas sobre la capacidad de su país para hacer frente al previsible ataque coordinado de los Estados árabes vecinos. Incluso aquellos que confiaban en que Israel vencería esperaban que la victoria tuviera un terrible coste humano. Pero la victoria de Israel sobre Siria y Egipto, los principales proxies de la Unión Soviética en Oriente Medio, en un momento de contención de la Guerra Fría en el que EEUU buscaba que el conflicto no se convirtiera en una batalla mayor, cambió el estatus de Israel a ojos de Washington y el papel estadounidense en el conflicto árabe-israelí.

El entonces presidente de EEUU, Lyndon B. Johnson, posiblemente haya sido el más comprometido y emocionalmente apegado a Israel. Fue el primero en recibir a un primer ministro israelí en la Casa Blanca y también el primero en dar sistemas de armas ofensivas a Israel, aunque fue Kennedy quien rompió el tabú empezando a suministrar algunas armas defensivas. Antes de dejar el cargo tomó la decisión de dar a los israelíes los cazas F-4 Phantom, a lo que se oponía tanto el Departamento de Estado como el de Defensa. La guerra de 1967 marcó, además, el establecimiento del primer canal directo de comunicación (hot line) entre EEUU y la Unión Soviética. Y contrariamente a Eisenhower, que tras la guerra de 1956 pidió la retirada de Israel del Sinaí a cambio de un frágil cese al fuego, Johnson pediría la retirada israelí a cambio de paz. Su discurso del 19 de junio de 1967 anticipó en muchos aspectos la que sería la Resolución 242 del Consejo de Seguridad, que pedía la retirada de Israel de “los territorios ocupados en el reciente conflicto” a cambio de “la terminación de todas las reclamaciones o estados de beligerancia y el respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona y de su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas, libres de amenazas o actos de fuerza”. Interpretada de forma diferente por israelíes y árabes, esta resolución seguiría siendo la base de todos los esfuerzos posteriores de EEUU para resolver el conflicto árabe-israelí.

El segundo punto de inflexión fue la Administración Reagan, que brindó un enorme apoyo a Israel e institucionalizó la relación. Pero quizás lo más importante fue que la justificación de apoyar a Israel desplazó su eje desde el razonamiento moral que había prevalecido anteriormente hacia un conjunto de justificaciones estratégicas. Este cambio estuvo acompañado de medidas concretas. La más destacada fue un Memorando de Entendimiento (MoU) sobre cooperación estratégica, firmado entre ambas partes en noviembre de 1981. Le siguieron otros acuerdos importantes relacionados con la seguridad, como la inclusión de Israel en el programa de investigación de la Iniciativa de Defensa Estratégica y la designación de Israel como “aliado no-OTAN”. Nació el Joint Political Military Group, que desde entonces se ha reunido periódicamente para abordar las ventas de material militar extranjero a Israel, los ejercicios y simulacros conjuntos y los acuerdos logísticos. Además, se firmó un acuerdo de libre comercio.

Pero también fue con la Administración Reagan la primera y única vez que un presidente de EEUU suspendió la ayuda al país. En junio de 1981 Israel bombardeó por sorpresa, con aviones de fabricación estadounidense y sin informar a EEUU, el reactor nuclear iraquí Osirak, violando el espacio aéreo de Arabia Saudí y Jordania. Reagan no sólo apoyó la Resolución 487 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que condenaba el ataque, sino que también criticó públicamente la incursión y suspendió la entrega de avanzados aviones de combate F-16 a Israel. Además, a pesar de las objeciones de Israel y de los grupos de presión estadounidenses proisraelíes, Reagan aprobó la venta de aviones avanzados de reconocimiento (AWACS) a Arabia Saudí. Más adelante, el MoU estratégico fue suspendido por la parte estadounidense después de que Israel extendiera su jurisdicción a los Altos del Golán ocupados en diciembre de 1981, siendo restablecido a finales de 1983.

Tras la Administración Reagan comenzó la única década del siglo XX en la que no hubo un enfrentamiento interestatal en la región. Lo hubo en 1948, en 1956, en 1967, en 1973 y en el 1982, pero no en la década de los 90. Década que comenzó con la invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein tras el fin de la Guerra Fría. Entonces la Administración Bush logró crear una coalición internacional que incluía una mayoría de países árabes para frenar a Irak. EEUU era entonces admirado, temido y respetado, y logró que Israel no lanzara una represalia después de que Saddam Hussein disparara 39 misiles Scud contra él, convenciendo al primer ministro Isaac Shamir de que se contuviera a pesar de las enormes presiones por parte de su ministro de Defensa y de las autoridades militares para que respondiera militarmente. Una represalia que entonces hubiera llevado a los países árabes a abandonar la coalición, creando un enorme contratiempo a EEUU. De esta forma, Saddam Hussein no fue capaz de convertir la invasión de Kuwait en una guerra árabe-israelí, que lo hubiera cambiado todo.

La Administración Bush también logró romper un tabú con la celebración de la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, que sentó a árabes e israelíes después de 25 años, sin la cual los acuerdos de Oslo de 1993 no hubieran sido posible. La Cumbre de Paz de Camp David de 2000 fue el último gran intento de una Administración estadounidense por alcanzar una paz, aunque las conversaciones y negociaciones continuarían con las Administraciones Bush y Obama.

La relación bilateral

La cooperación en seguridad es uno de los principales elementos de la relación bilateral entre EEUU e Israel. Otras piezas de la relación se han ido modificando, como la asistencia económica, que fue importante a partir de la década de los 70 y finalizó en 2007 cuando Israel alcanzó un considerable crecimiento económico.

Israel se mantiene como el principal receptor de ayuda estadounidense, una ayuda que le ha permitido transformar sus Fuerzas Armadas y mantener la “ventaja militar cualitativa” (qualitative military Edge, QME) frente a los vecinos. Ha estado siempre garantizada por el Congreso de EEUU y ha contado con el apoyo de los dos grandes partidos, en parte gracias a la promoción a nivel doméstico de organizaciones en defensa de Israel desde la guerra del Yom Kippur en 1973. Es el caso del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) y Christians United for Israel (CUFI), que expresan un apoyo inequívoco a la ayuda de seguridad estadounidense a Israel. Otra importante organización, J Street, apoya la continuación de la ayuda de seguridad en los niveles actuales, al tiempo que sostiene que los fondos estadounidenses no deberían utilizarse contra los derechos de los palestinos, expandir los asentamientos u otras medidas que afiancen la ocupación en Cisjordania.

Desde 1999 dicha asistencia militar a Israel se delinea entorno a un MoU que fija las expectativas a largo plazo con una validez de 10 años. Desde entonces, ha habido tres MoU con las Administraciones de Clinton, Bush y Obama. Aunque no son vinculantes y no requieren la ratificación del Senado, han influido de forma significativa en la ayuda asignada que ha cumplido con los MoU vigentes en cada momento. Según el último MoU, se asigna a Israel un mínimo de 3.800 millones de dólares anuales hasta el 2028. Alrededor de 3.300 corresponden a la Financiación Militar Extranjera (FME), que representa cerca del 16% del presupuesto de defensa israelí, que en 2021 rondaba el 5,71% de su PIB. Los 500 millones restantes son para los programas de defensa antimisiles conjuntos, como el Iron Dome, Arrow II y Arrow III, y David’s Sling. Los MoU previos no incluían esta partida para la defensa antimisiles, que se asignaba de manera separada. No será hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 cuando se comience a negociar el siguiente MoU de asistencia militar. Israel cuenta, además, con una excepción a la hora de utilizar la FMA. Se le permite utilizar un porcentaje de la misma, denominado Off-Shore Procurement, para invertir en su propia industria de armamentos, lo que le ha permitido un importante desarrollo. En la actualidad ronda el 26% del FMA y se reducirá a cero en el 2028.

Antes del estallido del último conflicto habían crecido paulatinamente las voces que abogaban por un mayor control de la ayuda militar estadounidense a Israel, sobre todo a raíz de los incidentes de mayo de 2021. Entonces, y durante 12 días, Israel y Hamás intercambiaron un intenso fuego, con disturbios en ciudades mixtas árabe-judías y con un número de bajas que reflejaba el desequilibrio de capacidades entre las partes, así como las decisiones de cada uno sobre cómo responder a los ataques. Esto provocó que desde EEUU se empezaran a hacer llamamientos para poner fin a la ayuda militar estadounidense, primero desde posiciones más liberales y luego más conservadoras. Unos sacaban a relucir los posibles abusos de los derechos humanos por parte de los israelíes y otros argumentaban que EEUU ya no necesitaba continuar dando dinero a un país desarrollado como Israel. Paradójicamente, es precisamente esa ayuda una de las principales razones por las que el papel de EEUU como intermediario de la paz es esencial.

La Administración Biden

El actual presidente de EEUU ha hablado desde sus comienzos de la importancia de mantener a la vista una solución diplomática a este conflicto entre israelíes y palestinos, aunque su administración no ha iniciado ningún tipo de conversación directa entre las partes. Desde luego Biden no ha intentado replicar al presidente Obama, del que fue vicepresidente. Obama intentó dar un golpe de timón en Oriente Medio tras la Administración Bush. Siguió apoyando a Israel, pero describió la presencia israelí en Cisjordania como una “ocupación” y se opuso enérgicamente a la construcción de nuevos asentamientos. Organizó una cumbre entre el entonces primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en la Casa Blanca, pero finalmente fracasó.

Biden tampoco revertió las decisiones controvertidas de la Administración Trump como el reconocimiento de su anexión de Jerusalén y los Altos del Golán, o el traslado de la Embajada estadounidense a Jerusalén. Cuando la tensión subió en mayo del 2021, también se mostró muy cauto en su enfoque del conflicto, no yendo tan lejos como algunos miembros de su partido hubieran deseado, aunque parece que adoptó un tono más duro en privado con el primer ministro israelí.

Ambos mantienen una relación personal que se remonta a la década de los 80, cuando Joe Biden era un joven senador y Benjamin Netanyahu trabajaba en la Embajada israelí en Washington. Cuando Netanyahu fue derrotado en 1999, tras convertirse en primer ministro en 1996, agradeció a Biden que fuera el único político estadounidense que se despidiera de él a través de una carta en la que lo elogiaba. Durante la Administración Obama, fue Biden el principal interlocutor ante la falta de sintonía entre Obama y Netanyahu. Y, de hecho, en 2010 fue enviado a Israel para una visita diplomática de alto nivel, diseñada en parte para intentar que las relaciones entre ambas administraciones fueran más positivas. Su llegada fue recibida con un comunicado del gobierno israelí sobre planes para la construcción de nuevos asentamientos en zonas palestinas de Jerusalén. Fue una bofetada para la Administración estadounidense, pero Biden, en vez de volver a EEUU como le pedía su gobierno, decidió mantener el viaje y no escalar la situación pública y diplomáticamente. Optó por un enfoque más directo de líder a líder. Para Biden, la política exterior se rige en buena parte por las relaciones personales. Y es precisamente lo que ha vuelto a hacer tras el 7 de octubre.

Cuando estalló la nueva crisis, muchos recordaron que pocos días antes el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, afirmaba en un evento público que “la región de Oriente Próximo está hoy más tranquila de lo que ha estado en dos décadas”. Washington se había esforzado para librarse de décadas de costosas guerras en la región, para centrarse en la invasión de Ucrania y en la intensificación de la competencia estratégica contra China. La región era ahora un teatro secundario destinado a encajar en una agenda global más amplia, en lugar de dominarla. Y así se puso de manifiesto en la nueva estrategia de EEUU hacia Oriente Medio presentada en mayo del 2023 por el propio Sullivan. Una estrategia creativa que trataba de negociar un nuevo equilibrio de poder en la región que permitiera a EEUU rebajar la presencia y la atención de Washington al tiempo que se aseguraban de que China no ocupara el vacío que podían dejar. Se hacía hincapié en la creación de coaliciones, en la diplomacia y en la integración regional. Se invocaban los Acuerdos de Abraham de la época de Trump y otros esfuerzos de Biden como el cuatripartito India-Israel-Emiratos Árabes Unidos-EEUU, también conocido como I2U2. Y se hacía una histórica apuesta por la normalización entre Arabia Saudí e Israel, que alinearían a dos de los principales actores de la región con un enemigo común, Irán, con el que, al mismo tiempo, se trataba de aliviar tensiones. Tras intentar y fracasar en su intento de resucitar el acuerdo nuclear de 2015, Washington optó por una serie acuerdos informales con Irán –como la liberación de cinco estadounidenses a cambio del acceso a 6.000 millones de dólares de ingresos del petróleo previamente congelados– con la esperanza de ralentizar su programa nuclear y dar un paso atrás en sus provocaciones en toda la región. De haber sido exitosa la normalización entre Arabia Saudí e Israel podría haber tenido un efecto verdaderamente transformador en el entorno económico y de seguridad de Oriente Medio.

Sin duda, en su conjunto se trataba de una estrategia ambiciosa y optimista. Pero el impactante ataque de Hamás contra Israel puede acabar con esa ilusión y con la ilusión de que EEUU puede desentenderse en términos de seguridad de una región que ha dominado su agenda de seguridad nacional durante el último medio siglo. No se puede culpar a la Administración Biden por intentar hacer precisamente eso. 20 años de lucha contra los terroristas y las desilusiones en Afganistán e Irak han pasado una enorme factura a la sociedad y la política estadounidense, y a sus presupuestos, además de desviar la atención de otros desafíos. Pero el asalto a Israel por parte de Hamás volvía a situar Oriente Medio en el primer plano de la seguridad nacional de EEUU. El gobierno de Biden, sorprendido, debía de nuevo responder a la crisis.

La respuesta

El 7 de octubre de 2023 EEUU no tenía embajadores confirmados en Israel, Egipto, Omán y Kuwait, pero también seguía vacante el puesto de enviado antiterrorista del Departamento de Estado y el alto funcionario para Oriente Medio de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). EEUU, por lo tanto, tenía que dirigir una respuesta con un alto número de funcionarios aún no confirmados por el Senado. Es una muestra más de cómo el hiperpartidismo de Washington está infectando la política exterior y con dudas de cómo los numerosos puestos vacíos podrían entorpecer la capacidad de la administración para elaborar una respuesta eficaz a la guerra.

Estos puestos vacíos se deben a un proceso de confirmación del Senado casi roto, en el que los candidatos han languidecido en el limbo durante meses debido a la práctica “nueva normalidad” de los senadores republicanos de bloquear radicalmente a todos los candidatos para diferentes agencias por disputas políticas con la administración. Los republicanos, por su parte, culpan a la Administración Biden de no trabajar para llegar a un acuerdo en las disputas políticas y de demorarse en el acercamiento al Congreso. El resultado final es un equipo no tan bien equipado que lucha contra uno de los mayores incendios que se ha producido en Oriente Medio en años.

Este hiperpartidismo o polarización política se refleja también en la nueva financiación que EEUU pueda preparar para ayudar a Israel y que le ha unido al otro gran conflicto en marcha, la guerra en Ucrania.

En EEUU crece la división partidista sobre el apoyo a Ucrania impulsada en parte por la retórica de algunos republicanos que piden que EEUU ponga fin a la ayuda militar y financiera a Kyiv, una ayuda que aprueba la Cámara de Representantes, ahora en manos republicanas. La Administración Biden no sólo intenta mantener el apoyo a Ucrania, sino que ahora trata de unirla a Israel en su lucha contra Hamás, sabedor del firme y mayoritario apoyo republicano al gobierno israelí. Con este fin, la Administración ha propuesto un proyecto de ley de 105.000 millones de dólares que agrupa ambas ayudas –la mayoría destinada al Pentágono para reponer sus reservas de armamento para enviar a esos países– junto con la financiación para Taiwán, el aumento de la seguridad en la frontera entre EEUU y México y cierta ayuda humanitaria para los palestinos. Un proyecto de ley, al estilo de Washington DC, que contiene algo para casi todos y que enfada a casi todo el mundo. Una táctica tradicional para crear consenso en un Congreso dividido. Pero puede que esta vez no funcione, no sólo porque la Cámara está dividida, sino porque el propio Partido Republicano es una casa dividida.

Además, una cosa es vincular la ayuda a Ucrania e Israel como táctica política y otra muy distinta es esgrimir el argumento más amplio de que el dinero se destina a luchar contra el “mismo enemigo”. El propio presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, se sumó a este discurso apoyando firmemente a Israel. Unas declaraciones dirigidas en gran medida al público estadounidense con el fin de mantener su apoyo, pero que pueden poner en peligro sus intentos durante el último año de cortejar a los Estados árabes, especialmente a Arabia Saudí. Por otro lado, cabe recordar que, tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, Israel dio apoyo político a Ucrania y ayuda humanitaria a los ucranianos, pero sin alienar a Rusia y mostrándose reacio a proporcionar ayuda letal a Ucrania para salvaguardar sus operaciones militares sobre Siria, en la que cuenta con la coordinación con Rusia para garantizar que sus fuerzas no choquen ni se disparen por error. Sin embargo, parece que Israel está proporcionando o planea proporcionar a Ucrania inteligencia básica, ayuda con sistemas de alerta temprana y sistemas de interferencia contra drones para contrarrestar los drones y misiles de fabricación iraní utilizados por Rusia.

Ucrania aún tiene una larga guerra que librar. Su apoyo retórico y su auto declarada comparación con Israel enmascaran su clara competencia con él por los recursos. Tanto Ucrania como Israel luchan sabiendo que el fin del apoyo estadounidense tendría graves consecuencias para su capacidad de lucha. Además, la nueva guerra en Oriente Medio sirve a los intereses del Kremlin, debilitando el apoyo estadounidense a su oponente. Pero la guerra también cuestiona la política de Moscú de equilibrar sus relaciones en Oriente Medio entre Israel y sus vecinos. Al igual que la guerra en Ucrania ha empujado a Rusia a los brazos de Irán, Tel Aviv considera ahora al Kremlin en el mejor de los casos, un dudoso mediador y, en el peor, un aliado de Hamás.

Objetivos de EEUU

Ahora mismo los objetivos a corto plazo de la Administración Biden en Israel y Gaza son evitar que la guerra se extienda más allá del Gaza, conseguir la liberación de los rehenes estadounidenses por parte de Hamás y coordinar la ayuda humanitaria.

Para abordar el primer objetivo, EEUU ha desplegado dos grupos de ataque de portaaviones y un submarino de propulsión nuclear en las aguas que rodean Oriente Medio. Además, ha enviado al menos 1.200 soldados en la región, así como defensas aéreas, incluidas baterías Patriot y el sistema Terminal High Altitude Area Defense. A pesar de ello, ha habido ataques contra tropas y activos estadounidenses principalmente en Irak y Siria, pero también cerca de la costa de Yemen. Washington ha respondido con cautela recurriendo a ataques selectivos de represalia.

En cuanto a los dos siguientes objetivos, Washington han lanzado una intensa gestión diplomática pocas veces vista. El secretario de Estado, el de Defensa, autoridades militares y de inteligencias viajan constantemente a la región desde el 7 de octubre. No fue ninguna sorpresa que el gobierno estadounidense lanzara su apoyo a Israel, que prometiera a los israelíes que tendrían todo lo que necesitaran para responder y que republicanos y demócratas se alinearon en un apoyo casi unánime. Pero el mensaje del presidente ha ido cambiando.

Los primeros días mantuvo el pleno apoyo público a Israel, sin llamamientos abiertos y enérgicos a la moderación. Quizás era una herramienta táctica que buscaba ganar influencia ante los dirigentes israelíes con la esperanza de influir en ellos, al tiempo que aconsejaba moderación en privado. Él y su equipo también se cuidaban de no decir a los israelíes lo que tenían que hacer, aunque formularan preguntas destinadas a transmitir la preocupación de la administración como quién administraría Gaza si se ocupaba o si la crisis atraería a Hizbulah y otras milicias.

Pero a medida que Israel intensificaba su ofensiva, el presidente Biden comenzó a advertir repetidamente a Israel de que no cometiera los mismos “errores” que EEUU tras el 11 de septiembre de 2001. Aunque sigue declarando su apoyo inequívoco a Israel, Biden y sus altos cargos militares y diplomáticos se han vuelto abiertamente más críticos con la respuesta de Israel y la crisis humanitaria que se está desencadenando. Insisten a la hora de recordar a los israelíes que, incluso si los terroristas de Hamás se entremezclan deliberadamente con civiles, las operaciones deben adaptarse para evitar víctimas no militares.

El cambio de tono y de fondo se debe no sólo a la crisis humanitaria de Gaza, sino a un creciente contexto de denuncias mundiales de las acciones de Israel, además de una explosión de protestas en EEUU. Biden es consciente no sólo de lo polarizado que está su país, sino de lo polarizado que está el mundo. Los funcionarios estadounidenses también se han dado cuenta de que prácticamente no hay forma de que consigan más apoyo diplomático para Israel. En todo caso, muchos países del denominado sur global se están moviendo en sentido contrario a medida que aumenta el número de muertos palestinos. Incluso los aliados europeos de EEUU están divididos sobre la guerra de Israel. Los funcionarios estadounidenses saben que, lo que fueron capaces de hacer con Ucrania –construir una coalición de apoyo internacional– será imposible de hacer con Israel.

La opinión pública estadounidense también se muestra más dividida y quienes se oponen a Israel en las universidades y en la política están ahora bien organizados, mucho más que hace unas décadas. Esta tendencia ya era visible en las encuestas de opinión realizadas antes de octubre. Una encuesta de Gallup realizada a principios del 2023 reveló un descenso del apoyo a Israel entre 2013 y 2023 (del 64% al 54%), junto con un considerable aumento del apoyo a la causa palestina en ese mismo período (del 12% al 31%). Esa evolución de la opinión se debió en gran medida al descenso del apoyo a Israel entre los demócratas y los independientes. La misma encuesta sugiere que el apoyo a Israel frente a los palestinos varía según los grupos de edad y que los estadounidenses más jóvenes son ahora menos propensos a ponerse del lado de Israel. Y el creciente escepticismo sobre Israel entre la generación más joven va de la mano del mismo escepticismo hacia EEUU.

Conclusiones

El inicial apoyo incondicional de EEUU a Israel tras el ataque de Hamás el 7 de octubre ha traído de nuevo a la palestra la fuerte amistad entre EEUU e Israel, con hincapié en la asistencia militar que Washington le ha brindado desde hace décadas. Durante más de 75 años ha habido altos y bajos en la relación, cambios estructurales en las ayudas, discrepancias internas en Washington entre los Departamentos de Estado, de Defensa y la Casa Blanca con respecto a Israel, y razones morales y estratégicos que han justificado en varios momentos el apoyo al gobierno israelí. Una ayuda que es esencial para Israel, lo que convierte a EEUU en elemento clave para gestionar el actual conflicto. Sin embargo, la Administración Biden no ha puesto en entredicho la ayuda, en parte porque nada puede hacer hasta el 2028 cuando finaliza el último MoU, y porque la polarización política interna está invadiendo también la política exterior.

Pero también se agranda la distancia con Israel. Funcionarios estadounidenses mantienen debates internos y con aliados sobre el futuro de Gaza y han resucitado las conversaciones sobre la posibilidad de trabajar por una solución de dos Estados, algo que siempre ha descartado Netanyahu. Sullivan también ha expuesto públicamente una visión de lo que EEUU ve como un camino a seguir que no incluye la reocupación de Gaza, ni el desplazamiento forzoso del pueblo palestino, ni su uso como base para el terrorismo y afirma del deseo –que forma parte de una declaración del G7– de que la Autoridad Nacional Palestina tome el control, algo que la propia Autoridad rechaza. Netanyahu, por su parte, descarta una fuerza internacional de vigilancia e insiste en que Israel mantendrá el control de la seguridad sobre Gaza a largo plazo, postura a la que la Casa Blanca se opone.

Las discrepancias aumentan por todos los frentes por lo que EEUU no puede limitarse a poner un plan sobre la mesa, a no ser que sea capaz de plantear posiciones transformadoras y diferentes a lo que hemos visto hasta ahora. Y mientras, responde con cautela a los ataques contra objetivos estadounidenses en la zona intentando contener la situación.

Hasta el ataque de Hamás, la Administración de Biden había relegado en gran medida la región a un segundo plano, centrándose en el pivote hacia Asia y en responder a la invasión rusa de Ucrania. Ahora, Biden se enfrenta a un desafío que está dividiendo su apoyo político en casa y la unidad de los aliados de EEUU en el extranjero, que ha devuelto el escepticismo sobre el liderazgo estadounidense.
Autor: Carlota García EncinaLa entrada EEUU e Israel: la fortaleza de una relación se publicó primero en Real Instituto Elcano.



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