La cámara imparable de Graciela Iturbide


Podemos fotografiar solo un instante o, mejor aún, lograr que una imagen sea única y cuente toda una película. Eso es lo que ha logrado la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, quien durante cinco décadas ha generado narrativas visuales de tradiciones indígenas, plantas, pájaros, muerte y cotidianidades olvidadas.
Iturbide aún mantiene su ritual de trabajar en blanco y negro. Todavía revela su propios rollos. En el 2008, fue la primera fotógrafa mexicana en recibir el Premio Internacional de la Fundación Hasselblad, en Suecia, uno de los reconocimientos más importantes a nivel mundial a la trayectoria de estos artistas detrás de la cámara.
Este año, fue incluida en la campaña “Mexicanos Imparables” con la que Citibanamex El Banco Nacional de México celebra 135 años de presencia en el país. Las historias que incluye esta institución bancaria buscan empoderar a otros para alcanzar sus sueños, como ha hecho Iturbide quien ha logrado capturar la grandeza de México en cada una de sus fotografías.
Su obra sobre Oaxaca se ha convertido en una de las más aclamadas en todo el mundo. Resultó de una invitación del artista Francisco Toledo para capturar la cultura del Istmo de Tehuantepec. La peculiar imagen de una señora con un manojo de iguanas en la cabeza ahora es parte de las escenas feministas que solo Iturbide es capaz de capturar. La anécdota es bastante colorida. Las mujeres zapotecas se colocan en la cabeza la mercancía que venden y la señora de las iguanas, sencillamente eso hacía cuando la descubrió la fotógrafa que le pidió que posara para ella.
 
La fotógrafa Mexicana Graciela Iturbide. FOTO: VICTORIA VALTIERRA / CUARTOSCURO
Iturbide nació en 1942, en la Ciudad de México, en el seno de una familia conservadora. A los 20 años se casó y tuvo tres hijos: Manuel, Claudia y Mauricio. Nunca se resignó al lugar que su época deparaba para la mujer. Apoyó a los miembros del Partido Comunista, fue discípula de Manuel Álvarez Bravo, considerado padre de la fotografía contemporánea en México y por su talento, fue aceptada en el entonces Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM para estudiar dirección de cine.
La cinematografía la acercó a su pasión por la imagen, pero fue la muerte de su hija de 6 años, en 1970, lo que detonó que Iturbide se abocara por completo en la fotografía. Esas eran las primeras escenas que capturó en las comunidades indígenas, las de los sepelios de niños que le recordaban su propio sufrimiento. Su oficio la llevó a superar su duelo y transitar por temáticas que incluso eran consideradas surrealistas por retratar la realidad de un país que no tenía ojos para esas realidades.
Su trabajo se ha exhibido en todo el mundo y está incluido en las colecciones del Museo Metropolitano de Arte, el Museo de Arte Moderno, Los Angeles County Museum of Art y el Museo J. Paul Getty.
 



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