La memoria de un continente se volvió ceniza



BRASILIA, BR.— El Museo Nacional, en Río de Janeiro, comenzó a arder a las 19:30 horas del primer domingo de septiembre. Y se quemó durante seis horas. Poco se hizo antes o durante el incendio que transformó en cenizas la memoria de todo un continente. Fundado hace dos centenares de años, el palacio fue consumido por las llamaradas y por la negligencia de los políticos que, a lo largo de los últimos días, intentan deshacerse de la culpa en un juego de estira y afloja y faltas de respeto. Los perjuicios para un pueblo son incalculables, considerando los 20 millones de piezas de arte que abrigaban las estructuras mal cuidadas de madera, con hilachas expuestas, paredes peladas por la acción del tiempo y sin ninguna planificación de riesgos.
Allí, exhibidos de manera descuidada, como se comprueba ahora, estaban libros raros —una parte de ellos no catalogados—, piezas prehispánicas, momias, especies de la fauna y flora brasileña, algunos aún no descritos, e incluso fósiles. Para montar el mosaico del descalabro, Newsweek en Español entrevistó a historiadores, museólogos, arquitectos, científicos políticos y ministros en el intento de explicar la tragedia. A pesar de la compleja tarea, una cosa se puede afirmar: faltó cuidado con la historia.
La tragedia es aún más lamentable cuando se compara cuánto se destinó de recursos al museo y lo que se invirtió en actividades para realizar eventos deportivos, como la Copa del Mundo de Futbol. En el estadio Maracaná, solo con estructura temporal, como lo fueron las tiendas hechas para los patrocinadores, se gastaron 8 millones de dólares (en valor actual) en 2014. En total, el estadio costó más de 317 millones de dólares. En ese mismo año, los recursos para el museo comenzaban a caer vertiginosamente de 220 millones de dólares a menos de 100,000 dólares en este año.
“Perdimos una parte del patrimonio de la humanidad. Mostramos al mundo cómo el brasileño cuida mal de su historia y del planeta en que vive. Es lamentable”, afirma el arquitecto Paulo Rezzutti, uno de los mayores estudiosos de la familia imperial. El 7 de septiembre, cuando se celebra la Independencia de Brasil de Portugal, un estudiante iba a dar un discurso en el Museo Nacional de la emperatriz Leopoldina —la primera esposa del rey Pedro I—, que vivió en el palacio hasta su muerte, en 1826.
En junio, el palacio había cumplido 200 años de fundación, lo que lo hacía el órgano científico más antiguo de Brasil, con uno de los mayores acervos sobre historia natural y antropología de las Américas. Oficialmente, el edificio fue ocupado en 1818 por Don João VI, el rey de Portugal, Brasil y Algarve.
El inmueble se transformó en museo en 1892 al agregar las colecciones imperiales, entre ellas, las de la emperatriz Leopoldina. Antes, entre 1889 y 1891, fue sede de la primera Asamblea Constituyente de la República brasileña. Situado en la Quinta da Boa Vista, el museo se encuentra en un complejo paisajístico público en la zona norte de Río, a solo 13 kilómetros de la famosa playa de Copacabana. Durante el incendio, el combate de los bomberos a las llamas fue perjudicado por la falta de agua en los dos hidrantes cercanos al edificio.
La operación para golpear las llamas tuvo que ser hecha con camiones-pipas, y una bomba también fue usada para retirar agua de un lago cercano. Una improvisación, principalmente si se considera la gran estructura de madera del palacio, los materiales de algunos artículos, como libros, y las obras altamente inflamables. En medio del caos, profesores, funcionarios y alumnos arriesgaron la propia vida para intentar salvar algo del acervo.

RAREZAS
El incendio comenzó después del horario de visitas del edificio público, que el domingo se cerró a las 17:00 horas, según informaciones que aún constan en el sitio del museo. Con la noticia del fuego, algunas personas se dirigieron hacia el lugar. Los relatos de heroísmo de aquella noche son varios, como los de personas que derribaron puertas para retirar materiales de investigación de la sala de crustáceos y rarezas del departamento de paleontología. Las búsquedas se interrumpían una y otra vez por gritos y lamentos.
Hasta la noche del miércoles, los expertos de la Policía Federal no tenían respuestas sobre las causas del incendio. Además del análisis en el sitio, se recogieron imágenes de las cámaras de seguridad para hacer una maqueta en 3D para prevenir posibles nuevos derrumbes —un riesgo aún presente, lo que ha obstaculizado el rescate de piezas—. Otra de las razones que imposibilita recuperar el arte es el hecho de que el agua usada por los bomberos en el momento de la operación pudo haberles causado daño.
Además, 72 horas después de la tragedia, los investigadores todavía esperaban que la temperatura de los objetos dañados bajara para poder ser removidos del área de peligro. La lluvia en la estructura abierta y los hongos también preocupan a los rescatistas.
Una de las hipótesis para la tragedia es un cortocircuito en uno de los laboratorios de ciencia. El fuego se habría extendido debido a la carencia de sistemas contra incendios más modernos. Otra hipótesis es que un globo artesanal, creado a partir de materiales inflamables, como velas, papeles y maderas, se incendió. La segunda sospechosa fue detenida después de que testigos dijeron haber visto que el fuego se iniciaba desde el piso de arriba hacia abajo, en la parte trasera del museo.
Los investigadores tienen un mes para concluir la averiguación. Rezzutti y otros investigadores entrevistados son escépticos en relación con lo que puede ser recuperado en las búsquedas. “Tengo pocas esperanzas en relación con lo que estaba dentro del edificio. Creo que la única esperanza es la recuperación del edificio mismo”, dice, y remata: “Esto debería servir de lección. No tenemos gobernantes que valoren realmente nuestra cultura e inviertan en la educación. El pueblo está asistiendo boquiabierto sin que se tomen medidas preventivas”.
El último domingo, antes del incendio, el palacio todavía guardaba el cráneo de Lucía, el fósil humano más antiguo de América, con cerca de 13,000 años. El esqueleto fue encontrado en 1975 en un sitio arqueológico de Minas Gerais, estado del sureste brasileño, y acabó incorporado al acervo del Museo Nacional. Después de la tragedia, fragmentos de un cráneo fueron encontrados entre los escombros del edificio, pero se tenía certeza de que se trataba de Lucía, considerada la “primera brasileña”.
La pérdida de los restos de Lucía representa una segunda tragedia sobre la prehistoria de las Américas. La importancia del hallazgo en la década de 1970 es comparada con los grandes descubrimientos de la ciencia, pues contradice teorías establecidas hasta ahora. Lucía, por tener rasgos negroides, según algunos estudiosos, ataca la tesis principal de que parte del continente americano fue poblado por asiáticos.
Los visitantes podían ver momias egipcias de 3,000 años de antigüedad, tesoros de piratas del siglo XVI, artefactos de pueblos indígenas brasileños, una de las colecciones de dinosaurios más importantes del país, como el Maxakalisaurus topai, que habitó Brasil hace al menos 80 millones de años. Una parte de la colección de momias la compró Pedro I a un comerciante italiano que estaba de paso por Río de Janeiro en 1826. Nicolau Fiengo, el vendedor, había adquirido las piezas de un explorador de la necrópolis de Tebas, actual ciudad de Luxor, en el sur de Egipto.
“Con millones de piezas y obras es difícil elegir uno de los más simbólicos y representativos. Pero creo que la parte egipcia es una de las grandes pérdidas mundiales”, afirma el arquitecto Paulo Rezzutti. El incendio también pudo haber diezmado piezas importantes para el estudio de los pueblos indígenas, como es el caso de la máscara del pueblo Tikuna, que vivía en el Amazonas y acabó esclavizado aún en los años 1600. Entre los objetos perdidos pueden estar los encontrados en expediciones del médico y antropólogo Edgar Roquette-Pinto, realizados a principios del siglo XX.

COLECCIÓN
Citar algunas rarezas del museo es hacer un viaje por la historia de Brasil y del mundo. Una de las primeras piezas del acervo fue la tumba de Daomé —un antiguo reino de África, ubicado donde hoy es Benín—. El artículo fue un regalo de un rey local a João IV. El edificio, de proporciones gigantescas, tenía dos pabellones, donde las piezas eran distribuidas entre salas, como la del trono, que se mantenía preservado desde la época de la vivienda de la familia real en el siglo XIX. El lugar abrigaba joyas, pinturas y muebles coloniales.
El edificio fue tumbado en 1938. Mucho antes, a principios de los 1800, perteneció al comerciante de esclavos Elias Antônio Lopes. Con la llegada de la familia real —que abandonó a toda prisa Portugal por el temor al avance de las tropas napoleónicas en Europa—, el rey Juan VI inició un proceso de expropiación de tierras. Antonio Lopes previó la pérdida de la propiedad y la ofreció como un regalo a la familia del gobernante portugués. Según un consenso de historiadores, el comerciante imaginaba obtener ventajas del gobernante recién llegado. Y así fue, aún en 1810, consagrado caballero de la Casa Real.
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