Daniel Innerarity, uno de los 25 grandes pensadores del mundo: “Los discursos dominantes nos impiden ver parte de la realidad”


Globalización, migración, inteligencia artificial y su relación con la acción humana, big data y su incidencia en nuestras decisiones públicas; terrorismo, medio ambiente, populismo, el nuevo papel de la mujer, de las emociones, de los medios y de las élites. Todos estos temas generan una sensación de incertidumbre colectiva, que se suma a la creciente velocidad de transformaciones tecnológicas, económicas, sociales.
¿Puede hacerse cargo de estos abruptos cambios la política? ¿Cómo identificar exactamente el malestar, ni a quién culpar, ni a quién confiar la solución de esta situación?
Ante este acelerado ritmo y la profundidad de los acontecimientos, se requiere una reflexión urgente para entender lo que está ocurriendo e intentar anticipar las consecuencias de nuestras decisiones. Y uno de los que ya lo está haciendo es el filósofo español Daniel Innerarity, autor de varios libros, columnista del diario El País y a quien la revista francesa Le Nouvel Observateur mencionó como uno de los 25 grandes pensadores del mundo.
Innerarity es uno de los invitados al Festival Puerto de Ideas, que se desarrolla este viernes, sábado y domingo en Valparaíso.
El 10 de noviembre, a las 18:30 horas, en el Centro de Extensión Duoc UC, brindará la charla “Ciudadanos del futuro”. En tanto, el domingo a las 16:30 horas, en el Parque Cultural de Valparaíso, será el turno de “La política en la era de la incertidumbre”.

Miedo e incertidumbre
La sensación de miedo e incertidumbre sobre el futuro es recurrente en Europa, y para este especialista se debe a un conjunto de factores que se suman, interaccionan entre sí y dan lugar a esa situación de miedo.
“Lo fundamental es que buena parte de la población en Europa, como ocurre en otras partes del mundo, se siente desprotegida en un mundo abierto en el que las fronteras ya apenas limitan el efecto de los riesgos compartidos, estando como estamos en sociedades que podríamos llamar contagiosas o epidémicas”, explica.
Para él, la construcción de muros o el retorno atávico al espacio nacional es una respuesta lógica aunque absolutamente inadecuada para gestionar esta nueva constelación.
Izquierda y derecha
“En la derecha el miedo es más bien a la pérdida de identidad nacional, y en la izquierda, a la protección social en un nuevo capitalismo para el que resultan de muy escasa aplicación los procedimientos tradicionales de intervención estatal”, dice. “El eje abierto-cerrado se ha convertido en la principal contraposición política”.
Para Innerarity, en el caso concreto de Europa, no se conseguirá relegitimar el proyecto de integración mientras no sea visible para la gente el juego de suma positiva que se produce con la configuración de lo común y no se consiga algún procedimiento que permita entender la Unión Europea como un ámbito de protección social.
“A esto alude el proyecto, apenas iniciado, de construir un pilar social europeo y completar políticamente el euro, una moneda que desprotegía y no compensaba con instituciones políticas los desequilibrios que introducía”, señala.
Ciudadanía y big data
Pero los problemas no son solo europeos. Al filósofo también le preocupa cómo afecta a los ciudadanos, en su relación con el Estado, el veloz avance tecnológico, y temas como el big data.
“Los algoritmos y el big data, supuestamente neutrales, que se presentan como meros reflejos de los gustos y elecciones de la gente, que no pretenden sino identificar los comportamientos de los internautas, reproducen automáticamente la estructura social, sus desigualdades y discriminaciones”, advierte el español.
“En principio se trata de una técnica que parte del principio de que las noticias no son escogidas por los periodistas, que cada uno puede escoger libremente sin paternalismo ni prescriptores. Sus defensores apelan a la redescripción de la sociedad sin prejuicios ideológicos, intereses o programas”.

Mientras unos lo hacen desde la confianza científica de que es posible describir racionalmente el mundo sin que se entrometa la subjetividad de los que lo gobiernan; los libertarios, de izquierda o derecha, defienden una sociedad capaz de autoorganizarse y confían al mercado –o la multitud– la capacidad de reflejar lo que los estados deforman, agrega.
“Es una paradoja el hecho de que en un momento en el que los internautas se consideran a sí mismos como sujetos autónomos y liberados de las prescripciones tradicionales, los cálculos algorítmicos les condenen, por así decirlo, a no escapar de la regularidad de sus prácticas, como si estuviéramos atrapados por nuestro propio pasado y fuéramos incapaces de modificarlo, incluidos nuestro pasado y presente tan poco igualitarios”, reflexiona.
Movimientos feministas
El movimiento feminista, con el movimiento MeToo, por ejemplo, es un reflejo del poder del big data.
“La falta de representación de las mujeres no es una casualidad histórica sino una característica estructural del Estado moderno, sostenido por un contrato sexual que descualifica a las mujeres para el espacio público”, explica Innerarity.
“La democracia de paridad contribuye a que la política deje de ser concebida como el juego de individuos independientes y entren en ella las ideas de dependencia o interdependencia. La sociedad debería estar representada por los individuos en toda su complejidad y no solo por esa visión simplificada de individuos autosuficientes”.
Democracia paritaria
Para él, la democracia paritaria coloca a la solidaridad, los deberes, la interdependencia en el centro de la vida política.
“La paridad refleja indirectamente que somos seres dependientes, que vivimos en un contexto de interdependencias, y puede contribuir decisivamente a desentronizar al sujeto soberano y la lógica de la autosuficiencia. Pasaríamos de una política entendida como el combate entre soberanos a otra concebida como la relación entre sujetos interdependientes”.
En ese sentido, la democracia paritaria “completa la democracia mutilada de los varones en la medida en que introduce las cuestiones relativas a la interdependencia humana en el núcleo de la agenda política; una subjetividad política que incluya a las mujeres promueve el estilo de las relaciones de mutua dependencia allá donde ha regido hasta ahora la lógica de la soberanía”.
“Esta introducción no se debe a que las mujeres vayan a llevar a cabo en el ámbito público las tareas que realizaban en el privado, lo que no es posible, ni a que las mujeres, en tanto que tales, representen una forma diferente de hacer la política –menos jerárquica y competitiva, más empática y cooperativa, como a veces se sostiene–, sino a que la presencia paritaria de las mujeres en el espacio público nos obliga a todos a revisar el tradicional reparto de funciones y, sobre todo, a deconstruir el ideal humano de la autosuficiencia”.
Las mujeres no están más cerca de la gente sino, por desgracia, más alejadas de la política, según el filósofo. “Con la democracia paritaria no se trataría, por tanto, de feminizar la política sino más bien de politizar a las mujeres”.
Migración

Otro de los temas que apasiona a Innerarity es la migración y cómo influye en la agenda política.
“El tema de la inmigración está siendo, y va a continuar siéndolo, un asunto central de los debates en el seno de la Unión Europea”, destaca.
“El auge de los populismos, la crisis del modelo multicultural, le debilidad integradora del republicanismo son algunos de los factores que están poniendo a prueba el espacio de acogida y convivencia que Europa prometía ser. En la respuesta que de Europa a esta cuestión se juegan no solamente factores económicos e identitarios, sino la posibilidad de examinar críticamente las condiciones de acceso y pertenencia a nuestras sociedades, es decir, cuestiones de derecho y participación política”, dice.
Para él, tendemos a pensar que la inmigración plantea un grave problema económico a las sociedades de acogida y que la influencia va en una sola dirección, que solo “ellos” influyen en “nosotros”, cuestiones, ambas, que están en el fondo de ciertas inquietudes.
“¿Y si en esto también valiera aquello de que no es lo que parece?”, se pregunta.
“A juzgar por ciertos discursos, algunos de ellos muy rentables electoralmente, estamos sometidos a una ola de inmigración masiva. En esto, como en tantas otras cosas, hay pocas cifras y muchos fantasmas. Uno de estos se refiere al coste de la inmigración, es decir, al aumento de los gastos sociales y del desempleo que provoca. Las encuestas ponen de manifiesto que la mayoría de la gente así lo cree”, expresa.
Sin embargo, el español subraya que los economistas, por el contrario, están relativamente de acuerdo —”algo que ya es raro, por cierto”— en lo contrario. “La inmigración tiene muy poco impacto sobre la tasa de paro de los nativos. Da la impresión de que el peso de la inmigración en el debate público es inversamente proporcional a su impacto económico, que es relativamente neutro”.
Peso financiero
Otro prejuicio similar, en palabras del filósofo, se refiere a la supuesta carga que los inmigrantes representan para las finanzas públicas.
En una pura lógica contable podría evaluarse su contribución neta –la diferencia entre las contribuciones y las prestaciones–, lo que permitiría interrogarse acerca de los eventuales beneficios de una reducción de la inmigración, tal y como se defiende en ocasiones, esgrime.
“Por supuesto que menos inmigración es menos gasto social, pero también y sobre todo menos cotizantes. En cualquier caso, un endurecimiento de la política migratoria no contribuirá a resolver nuestros problemas de déficits presupuestarios”, apunta.
Por otra parte, “si los inmigrantes corren mayores riesgos de aumentar los gastos derivados del seguro de desempleo o los salarios sociales, gastan mucho menos que los nativos en todo aquello que se refiere a la salud y la vejez. En cualquier caso, si lleváramos hasta el extremo la lógica de excluir a quienes más gasto representan para el sistema de protección social, habría que acusar también a los parados, los discapacitados y los enfermos, lo que pondría en cuestión la noción misma de justicia social”.
Anteojeras ideológicas
El español destaca que en los sentimientos que suscita la inmigración y en buena parte de los discursos dominantes, hay otros lugares comunes que “nos impiden ver una parte de la realidad”.
“Por ejemplo, su consideración como una amenaza poderosa frente a nuestra supuestamente frágil identidad. Se nos habla siempre de la influencia que los inmigrantes tienen sobre la identidad y la cultura que los acoge, con temor o celebrando la nueva diversidad, pero apenas se examina la influencia de signo contrario”, indica.
“La cuestión que se plantea es si la inmigración, unida a una débil natalidad, permitirá mantener la identidad de unas sociedades europeas cuyas ciudades, aseguran, se parecen cada vez más a las de África o Asia. Tanto la ideología xenófoba que teme la pérdida de la propia identidad y el ‘reemplazamiento étnico’ como la actitud liberal que, con las mejores intenciones, defiende la ‘integración’ de quienes vienen, consideran la inmigración como un fenómeno que actúa sobre el país de acogida, pero apenas se reflexiona sobre la influencia que la inmigración tiene en los países y las culturas de origen”, dice.
“¿Y si, tanto como ellos actúan sobre nosotros, influyéramos nosotros sobre ellos? ¿Por qué no considerar que la inmigración, lejos de debilitar nuestra identidad, es un medio de extender nuestros valores por el mundo?”, se pregunta.
“De entrada, es curioso que tales temores nos impidan ver la radical asimetría que caracteriza al fenómeno de la inmigración. Parecería como si se hubieran invertido los papeles del fuerte y del débil y las amenazas provinieran del elemento indudablemente más frágil de la relación. En primer lugar, los inmigrantes son, por lo general, una minoría en las sociedades de acogida y están más expuestos a la cultura de los autóctonos de lo que estos están expuestos a la cultura aportada por los inmigrantes. En segundo lugar, los inmigrantes, desde el punto de vista económico, social y político, constituyen un grupo dominado más que un grupo dominante, y su influencia sobre la cultura de la sociedad de acogida es mucho menor que en el sentido inverso. Por estas razones hay motivos de sobra para pensar que quien más afectado se ve por el encuentro es el que llega y no el que recibe”, señala.
Doble dirección
Para él, lo importante es que los inmigrantes están continuamente expuestos a las ideas, los valores y las prácticas de la sociedad en la que viven, de manera que pueden hacerlos suyos y transmitirlos a sus comunidades de origen.
“La cuestión no es tanto si se altera la identidad de la sociedad de acogida como saber en qué medida, a través de los emigrantes, las sociedades de origen están expuestas a los valores que fundamentan la identidad de las sociedades de acogida”, dice. “Deberíamos, por tanto, considerar la inmigración como un proceso de doble dirección, que aporta a la sociedad de origen de los emigrantes un cierto número de elementos adoptados en la sociedad de acogida”.
Vistas así las cosas, los inmigrantes no serían únicamente introductores de valores y prácticas no occidentales en los países occidentales, sino también, en el sentido inverso, canales a través de los cuales los valores y prácticas occidentales son difundidos en otras partes del mundo, asegura.
“Los inmigrantes no sólo envían dinero sino también ideas y modelos de comportamiento. Dado que los inmigrantes son frecuentemente considerados en sus países de origen como personas que han tenido éxito, aquellas sociedades pueden abrirse así a los valores y prácticas a los que se debe ese éxito. De manera que la inmigración puede ser un instrumento de influencia y difusión cultural pero no en la dirección en la que habitualmente se cree”, afirma.
“Examinar el fenómeno de la inmigración en toda su complejidad es el mejor modo de acabar con determinados tópicos. Porque detrás de los prejuicios suele haber una realidad que no se ha acabado de comprender”.



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