Desde hace varios años he publicado que los homosexuales, como Fernando Karadima en Chile y Macial Maciel en México, promovieron la homosexualidad entre los formadores de seminarios, seminaristas y sacerdotes gays para romper los votos de castidad y celibato de La Iglesia Católica. San Juan Pablo Segundo jamás se percato del homosexualismo de miles de clérigos, que al día de hoy son cardenales, obispos y altos empleados del Vaticano y de muchas Curias.
Basta de inocentadas y de miedos pueriles.
La Iglesia Católica sufre una crisis moral e institucional como nunca la había tenido.
Siempre se ha dado la homosexualidad en el clero católico, pero jamás en la magnitud del día de hoy. El ochenta por ciento de abusos de infantes lo hacen los curas homosexuales.
Hoy es impensable querer tapar el sol con un dedo, hay que denunciar la podredumbre que enferma y hace padecer a La Iglesia de Cristo.
Basta de hipocresías farisaicas
Después del Concilio de Trento los laicos tomaron la decisión de no asistir a celebraciones presididas por un sacerdote amancebado; hoy es pertinente no pedir celebraciones a curas públicos pederastas y menos asistir a sus celebraciones sacrílegas.
La renovación de La Iglesia Católica sólo puede darse si nos dejamos de mentiras, encubrimientos y parloteos inútiles. Hay que exigir que quienes presiden los sacramentos de Cristo sean dignos. Si no se respeta la santidad de La Liturgia Católica, todo lo demás se pervierte y la fe termina en ceremonias sin Dios y sin ningún compromiso moral y caritativo.
Cuando falta el amor de Dios y a Dios, todo se puede y todo se vende en la Iglesia Católica.
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