Crónica de un colibrí – La Opinión de Karla Chacer



Solemos escuchar de novelas, cuentos y poemas, ¿pero dónde queda la crónica? Un género que forma parte de nuestra historia —no olvidemos los códices y los textos de Sahagún y Díaz del Castillo— y que retoman periodistas en nuestros días. Si buscamos en el Diccionario de la Lengua Española, el concepto de crónica, entre varias de sus acepciones, refiere a la narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos.
Sin duda, un acontecimiento que marcará nuestra actualidad y que pasará a la historia es la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, no solo por su ausencia, sino porque fue el caso que llevó a que varios abrieran los ojos ante la realidad de nuestro país.
En efecto, al leer la crónica que Diana del Ángel nos presenta, conocemos de forma puntual la odisea de la esposa y familiares de Julio César Mondragón a lo largo del proceso legal para los debidos estudios de sus restos, así como saber hasta dónde llega el nivel de corrupción, indiferencia e injusticia que hay en nuestras instituciones.
“Al lado de la pequeña sala de espera en la que estamos, hay otro salón por cuyas ventanas se ven cajas apiladas, más de quince, con la etiqueta: ‘Basurero de Cocula’. Si diera crédito a la mentira histórica difundida por la PGR, pensaría que el hecho de ponernos al lado de donde se guardan los supuestos restos de los compañeros de Julio es otra forma de tortura.” (109)
Antes de adentrarnos a los hechos que la escritora registra, tenemos el prólogo de Elena Poniatowska, en el que la autora nos habla de la importancia de la crónica en México y lo que significa que una joven como Diana decida escribir sobre una parte del caso de los 43 de Ayotzinapa.
Después la crónica, que empieza en una fecha importante para muchos de los mexicanos: el día de muertos, sin embargo, para la familia de Julio es de mayor relevancia, pues ha pasado poco más de un mes de su muerte. Todo fallecimiento es doloroso, implica que ya no estaremos con el ser querido que se ha ido, sin embargo, nos quedan los recuerdos, mismos que brotan de quienes conocieron a Mondragón.
Sin memorias, las figuras de los que ya no están serían un verdadero vacío, por ello, la crónica se acompaña de anécdotas —sección que la autora titula como Rostros— que los amigos y familiares vivieron con Julio. En cada una de sus líneas, conocemos a Julio como hijo, padre, hermano y amigo y sabemos de los sueños que quedaron truncados debido al terrible fin que tuvo el normalista. Recordamos que aquella madrugada del 26 de septiembre no solo desaparecieron 43 normalistas, también perdieron la vida varias personas, Julio entre ellos.
Con una maravillosa edición, propia de la editorial Almadia, el ejemplar consta de 204 páginas, en las que los lectores acompañarán a Diana y a los familiares de Julio en sus andanzas de una instancia de gobierno a otra, y lo más importante, iremos de su mano en la búsqueda de justicia que el caso merece. Porque leerla nos hace comprender que aquello que nos cuenta es, desgraciadamente, el vivir de una parte considerable de los mexicanos que esperan saber del paradero de sus seres queridos desaparecidos, o el esclarecimiento de su muerte, en el caso de quienes se vieron en la horrible situación de encontrar los restos en una de las innumerables fosas de nuestro país.
Tal vez Julio ya no este de forma física con nosotros, pero su recuerdo sí, y no podemos ignorar que seguimos con un caso pendiente: justicia para él y su familia. Porque su pérdida ya ocurrió, pero el dolor sigue y no debe ignorarse.
A lo largo de nuestra lectura, conocemos a Marisa, la esposa de Julio, quien no decae ante las negativas y evasiones por parte del aparato de justicia; una mujer que, sin duda, representa las andanzas de muchas otras que buscan a sus familiares. Es inevitable no establecer una cercanía con la familia de Julio y con su caso conforma avanzamos por las páginas; nos remiten a un cachito de México que, a pesar del cambio de gobierno, no parece mejorar.
¿Y que nos queda ante una visión tan dolorosa?
Resistir.
Resistir con el recuerdo, con las ganas de vivir, de hacer hasta lo imposible para que la historia no se repita. Porque si no resistimos, la sombra de la injusticia no dará tregua a este país que tanto cuidado necesita.
Para cerrar, los dejo con un último fragmento de la obra de Diana del Ángel, a la espera de que se animen a engullirse en sus páginas y conocer un poco más de Julio, su familia y su caso, después de todo, la lectura consciente es otra forma de resistencia.
“Yo pienso en la leyenda nahua que dice que el colibrí es el alma de los guerreros caídos, que acompañan al sol del amanecer al cenit. Hace unos meses Marisa se tatuó en uno de sus brazos el nombre de su hija Melisa. Un nombre sobre su piel, un colibrí sobre su piel: huellas.” (188)
Datos de la obra
Título: Procesos de la noche
Autora: Diana del Ángel
Editorial: Almadía
Año: 2018
Páginas: 204



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