Momento polanyiano y la necesidad de redescubrir la libertad en el proceso constituyente



Estamos al parecer en un “momento polanyiano”. La académica Paula Valderrama de la Universidad Libre de Berlín, realizó hace 7 días una charla en el contexto del ciclo organizado por el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile y el Fondo de Cultura Económica llamado “El capitalismo y sus intérpretes”, en que desmenuza el pensamiento de Karl Polanyi, economista y antropólogo austríaco, apuntando expresamente a su obra de 1944 llamada “La Gran Transformación”. Esta charla de Valderrama es particularmente interesante al momento que vivimos en Chile, en dónde algunos de los efectos de las sociedades mercantiles como la nuestra están siendo seriamente cuestionados.
Pues bien, Polanyi en el libro citado critica el liberalismo económico y la sociedad de mercado (distinguiéndola de la sociedad “con” mercado) la que implicó como consecuencia, sostiene, la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial. Su diagnóstico en esos años fue que estábamos en presencia del fin de la sociedad de mercado (curioso parecido a la actualidad). Esbozó que la idea del mercado regulado a sí mismo era utópica y que el mercado como era concebido en ese entonces no podría existir sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, adoptando éstas naturales, automáticas y espontáneas formas de autoprotección o “contra movimientos” (movimientos sociales) que desorganizan la vida industrial y exponen a la sociedad a otros riesgos. Esta autoprotección es un síntoma de la patología, no es la solución a la misma, planteó. Ahora cruce esta información con las marchas pacíficas de octubre de 2019 en adelante y los episodios de violencia y continuemos el análisis.
Estos contra movimientos se produjeron por decadencia cultural de las relaciones sociales en razón de la mercantilización de todas las esferas comunitarias, por la generación de mercados ahí dónde la mercancía no puede ser calificada como tal (trabajo, derechos humanos como la salud o la educación, hacer del dinero una mercancía en sí- rentas del capital- y no un medio para lograr el desarrollo) lo que decanta en la formación de grupos de opresión.
Así, la interpretación de porqué se producían estos contra movimientos, encontrar la respuesta que los explicara, resultaba ser “el problema más importante de la historia reciente”, en dónde si bien otros autores de la época como Misses y Lipman adhirieron a compartir la existencia de estos contra movimientos, diferían de la causa que los explica: para ellos, es un error “producto de la ignorancia de las masas”. Para Polanyi, eran movimientos reales y justificados como consecuencia de la falacia del economicismo. La promesa de la libertad y la democracia en sociedades de mercado pasaba a ser una ilusión.
Doce años antes, luego de la crisis de 1929, Franklin D. Roosevelt en un discurso ante la elite estadounidense el 23 de septiembre de 1932 en el Commonwealth Club de San Francisco decía: “Una mirada a la situación actual, nos da idea con claridad de que la igualdad de oportunidades ya no existe. Nuestra tarea consiste ahora no en descubrir y explotar los recursos naturales, o producir necesariamente más mercancías. Es mucho más sobria y menos dramática, ya que consiste en administrar los recursos…Hoy el gobierno central debe modificar y controlar nuestras unidades económicas”. Impresionantemente aplicable a estos días.
Así, las viejas décadas de 1930 y 1940 son los nuevos 2020. Casi cien años pasaron y pareciera que lo que se escribió en aquéllos tiempos es plenamente aplicable a lo que estamos viendo hoy producto de conflictos sociales y la pandemia. Un año de estallido social por causa de la crisis política, sumado a los drásticos efectos del Covid-19, todo en relación a la ceguera de una élite que se negaba a entender que la pobreza y la desigualdad son dos problemas sociales con causas y soluciones distintas, han implicado que nos encontremos en este “momento polanyiano”.
Sin embargo, la esperanza aparece. Tal como en el “New Deal”, los políticos canalizaron la demanda ciudadana y, en palabras del analista Cristóbal Bellolio, “decodificó” correctamente esta avalancha de críticas y manifestaciones, ofreciendo una salida que obtuvo una abrumadora mayoría en las urnas y una más que respetable asistencia a ellas. Tenemos nuestra propia oportunidad de hacer un “New Deal” con el proceso constituyente que se avecina.
En este contexto en que tenemos la oportunidad de redactar por primera vez los ciudadanos nuestra Constitución Política de la República, es momento de conversar sobre contenidos que permeen cuesta abajo a la Carta Fundamental. Los dos a tres primeros artículos serán una especie de “declaración de intenciones” y clasificación del Estado en uno de tipo social o subsidiario, o un complemento entre ambos como lo hizo la Constitución de Bachelet, la cual en su artículo tercero le entregó al Estado la responsabilidad del bien común, creando las condiciones para el desarrollo sostenible de la sociedad pero también reconociendo a grupos intermedios. A su vez declaró expresamente la igualdad de oportunidades como principio rector social dependiente del Estado, lo que se debe ver en armonía con la parte de garantías fundamentales respectiva. Cuántos hoy firmarían a ojos cerrados esa Constitución, más pensaron que era “fumar opio”.
Estos artículos iniciales son la base sobre la cual discurrirá todo el articulado posterior. Y esos dos a tres primeros artículos a diferencia del derecho constitucional orgánico (Congreso, Presidente, Poder Judicial, etc) en que se discuten los pesos y contrapesos para el ejercicio del poder, dicen relación a discutir sobre teorías de justicia, sobre filosofía política, sobre qué entendemos por justicia social. Y para hablar de justicia social debemos necesariamente entrar a comprender qué se entiende por libertad e igualdad y auscultar sobre algunos autores.
Annelien de Dijn, profesora de la Universidad de Utrecht de Historia Política, escribió recientemente una obra llamada “Freedom: An Unruly History”, en la que se propone una revisión de más de 2.000 años de qué se entiende por libertad, y en la que explica cómo la concepción moderna de libertad comúnmente entendida como la ausencia de coacción estatal reduciendo a éste a su mínima expresión, surgió como una reacción antidemocrática de las élites en respuesta a las revoluciones francesa y estadounidense ya que, si los gobiernos eran liderados por el pueblo, de ellos se debían proteger. Es exactamente el mismo patrón que tomó la dictadura para redactar la Constitución saliente a efectos de resguardarse ante los adversarios políticos.
Esta forma de entender la libertad sin la interferencia del Estado es en realidad una invención bastante reciente, plantea. Durante siglos, las personas de Occidente identificaron la libertad con el ejercicio del control colectivo sobre el gobierno, dotando a esta virtud de un concepto democrático y totalmente distinto al que actualmente se entiende de ella: un país libre era aquél en el que el pueblo se gobernaba a sí mismo a través de la institucionalidad, para lo cual era clave evitar la dominación de las élites. No era sin ésta, pero tampoco sólo ésta, ya que de lo contrario la democracia devenía en plutocracia, que es el gobierno de los acaudalados para los mismos.
Incluso, termina la autora, plantea que el problema actual de las democracias liberales excede la teoría hoy común referida al populismo, explicando que la crisis en Estados Unidos es anterior que la irrupción de Donald Trump. Ya en 2005 Paul Pierson y Jacob Hacker advirtieron sobre la captura del poder político por la capa más alta de la sociedad identificando el problema del país del norte como uno de “gobierno de minorías” y no estrictamente de populismo, si bien también lo es.
Todo lo anterior permite concluir que estamos en nuestro país en un precioso e idóneo momento para discutir sobre lo que todos estos autores han señalado. La libertad es bastante más que no interferencia, sino que debe entenderse también en su faz positiva, esto es, libertad “para”, “efectiva”, en tanto “ausencia de dominación”. Básicamente, es aplicar la trilogía de Gerald Mac Callum: “la libertad consiste en que un agente X es libre de Y para hacer o no hacer Z”.
Pareciera preciso el momento actual para tensionar ese falso dilema entre la libertad y la igualdad, ponderando adecuadamente a estas virtudes. La primera para ser tal requiere de un grado de la segunda. Como dijera Ronald Dworkin, “lo que constituye a la libertad es la igualdad”, y cómo es que se entienda a estas palabras, de ello dependerá la proyección y diseño de políticas públicas, instituciones económicas y, finalmente, la ingeniería de la democracia política.
Elizabeth Anderson, filósofa política contemporánea perteneciente a la vertiente de John Rawls, explica en una charla llamada “The Great Reversal: How Neoliberalism Turned The Economic Aspirations of Liberalism Upside Down”, cómo desde 1970 se separan la curva de productividad y salarios que antes avanzaban de la mano (como efecto de políticas Keynesianas) criticando la desregulación financiera, la disminución de impuestos a capitales corporativos y la privatización de servicios básicos. Pide distinguir el liberalismo clásico de Smith, Locke entre otros, que era pro trabajadores, de la “voltereta neoliberal”. Sostiene para graficar la voltereta que, incluso para Adam Smith los mayorazgos y otras leyes parecidas deben ser abolidas y le resultó, además, muy difícil encontrar una razón para el derecho a la herencia. Muy aplicable a lo planteado por De Dijn.
Finalmente, de esta forma se puede concluir que la palabra libertad es de aquéllas de difícil comprensión puesto que para algunos significa algo que para otros es diametralmente distinto. Los autores citados en esta columna han permitido concluir en este momento polanyiano en que necesariamente discutiremos sobre estos conceptos, que la libertad es una palabra que debe redescubrirse conectándola armónicamente con lo que se entendió originalmente de ella, la que apuntaba a construir un mundo de semejantes, con individuos realmente autónomos que pertenezcan a una comunidad de ciudadanos en que todos tengan igual consideración y respeto en dignidad. Tenemos una oportunidad realmente histórica e idónea para lo anterior.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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