Poesía y educación en tiempos de sequía



Está fresco el recuerdo del último Encuentro Nacional de la Empresa (Enade) en que el presidente Gabriel Boric sorprendió al citar a Enrique Lihn para hablar de desigualdad. “Ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres, la paz, pero una paz que lucha por trizarse, romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres / para asomar la cara de una antigua soberbia /y reírse del polvo”. La poesía se ríe con boca ancha, no le bastan los camiones aljibes, quiere que la beban como río libre.
Las lunas de miel se terminan y también las vacaciones. Pronto se iniciarán las clases, volverán los tacos a Santiago y retornarán las rutinas. Pero dan ganas de no volver igual, ni a lo mismo. Sería bello extender las conversaciones de calidad, la paz del cuerpo entregado a la sombra de los árboles y que la poesía nos inundara todos los días.
“La vida y la muerte se anudan y desarman en ti” dice un poema de Cecilia Vicuña. Aquí podría terminar esta columna, pero quiero hilvanar un llamado urgente: seguimos perpetuando un modelo que nos está destruyendo. Por eso, hablar de educación no se puede restringir a las medidas para prevenir contagios por COVID. Necesitamos conversar, una y mil veces, sobre cómo formamos personas libres y felices que se colaboran para construir sociedades armónicas.
Requerimos pensamiento libre y creatividad, no adaptación a lo que tenemos. Después de una crisis social que dejó abiertas las heridas y más de dos años de pandemia, tenemos que generar los espacios para seguir abriendo el corazón y desarrollar vínculos profundos.
La educación puede contribuir a generar el encuentro con uno mismo y permitir que los niñes saquen lo que tienen para compartirlo. Clave es escucharlos. Francesco Tonucci ha sido categórico por estos días: “Sería gravísimo volver a la escuela pensando en recuperar lo que no han hecho los y las estudiantes”. La escuela debe reconocer y valorar lo que los niñes descubrieron dentro de sí mismos, los nuevos sentimientos y competencias. El mundo escolar debe ver los otros aprendizajes ganados durante la pandemia y transformarse para apoyar que sigan creciendo.
Profesoras y profesores son agentes de cambio que pueden abrir caminos distintos a la competencia, a la primacía del pensamiento racional y a la percepción de la naturaleza como recurso a ser explotado. Desde esos nuevos espacios, la llamada reactivación económica no podría ser más que verde y sustentable, no implacablemente destructiva como está siendo ahora.
“La poesía es el antídoto de la barbarie y del odio” afirma la poeta portuguesa Ana Luísa Amaral. La poesía es feroz porque impide acostumbrarnos a lo injusto y a lo que nos duele. La poesía es poderosa porque se salta el camino evidente y deja mirar entre rendijas, habla a nuestro oído tapado y nos hace que la vida pequeñita se expanda por los poros.
Ojalá las clases de este año se inicien con espacios creativos que acojan y amplifiquen las voces de niñas, niños y adolescentes; con proyectos participativos que rescaten las miradas y habilidades diversas de la comunidad escolar y que tengamos voluntad poderosa y amorosa para enfrentar los desafíos que como sociedad, mientras aprendemos juntos.
“La juventud, es agua viva, no puede amar al que tiene, sobre la lengua viva, la palabra muerta”.                Gabriela Mistral

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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