La Mercantilización de la Noche de Muertos (Animecha Kejtsïtakua)



La Animecha Kejtsïtakua: Ofrenda a las Ánimas entre los p’urhépecha, conocida comúnmente como “Noche de Muertos”, es una tradición con profundas raíces prehispánicas. Mantiene un sentido comunitario, reafirma los lazos culturales y de parentesco, une el pasado con el presente, conserva un sentido dual, alegre y solemne, y sobre todo, refleja la visión de mundo de un pueblo milenario.
En el pueblo p’urhépecha prehispánico, existían al menos dos concepciones sobre el destino después de la muerte: el “Cielo” o Auanda y el “Inframundo” o Uarhicho, aunque gran parte de los datos obtenidos han sido afectados por las concepciones judeocristianas de la muerte y el infierno, se puede determinar, que el destino después de la muerte respondía a las acciones meritorias del individuo (Martínez González 2010:230).
De esta forma, llegaban a la morada de la “madre de los dioses”, los guerreros muertos en batalla, los gobernantes y algunos sacrificados (Relación de Michoacán 1980:250). El “Cielo”, es entonces un espacio estratificado que se encuentra marcado por un ambiente festivo. Bajo este marco, el tratamiento corporal que se les daba a los cadáveres de los personajes más prestigiosos, era la incineración y el depósito de las cenizas resultantes en una urna funeraria.
En contraparte, el destino para la gente común, era por lo general el inframundo, área que constituye una prolongación de la vida sobre la tierra, en este lugar, se llevaba una existencia muy semejante a la del mundo de los vivos, ahí se vive en comunidad, se trabaja, se bebe y se juega. Los cadáveres de este tipo, comúnmente eran inhumados.

Posteriormente, durante la época colonial, los conquistadores impusieron nuevas ideas acerca de la religión y la muerte, modificando ritos y cosmovisiones, estableciéndose la antítesis de la cosmovisión mesoamericana. De los rituales prehispánicos de la cremación y el entierro, únicamente sobrevivió la inhumación, en tanto que la incineración fue prohibida, toda vez que contrariaba a las creencias judeocristianas, las cuales  pregonaban preservar el cuerpo en espera del “juicio final”. Así mismo, modificaron las fechas para los rituales de muerte, estableciendo los días 1 y 2 de noviembre, sobreponiendo el “Día de Todos los Santos” y el “Día de los Fieles Difuntos”.
Pese a ello, de la conjugación de los rituales mesoamericanos y judeocristianos, surgió la síntesis de Animecha Kejtsïtakua: Ofrenda a las Ánimas, celebración de profunda significación, es una ceremonia ritual, mediante la cual se cumplen ciclos anuales, se fortalecen los compromisos comunitarios y se convive de forma colectiva. Cada persona y elemento que intervienen cumple un papel específico para realizar una celebración con sentido alegre y a la vez solemne (Lucas Juárez s.f.: 3).
Es preciso mencionar que hay una gran diversidad de formas de hacer la ofrenda a las ánimas, como tantas comunidades p’urhépecha existen, las más difundidas son las celebraciones llevadas a cabo en la región del Lago de Pátzcuaro, sin embargo, existe un universo de distintas formas de celebrar en las Regiones P’urhépecha: Lacustre, Meseta o Sierra, Cañada de los Once Pueblos y Ciénega de Zacapu. Lo anterior, derivado de su propio desarrollo histórico, pues recordemos que incluso el idioma p’urhépecha se habla con distintas modalidades de región en región, en algunas comunidades les dan mayor interés a las actividades realizadas en el panteón, mientras que en otras le dan mayor importancia a los trabajos que se realizan en casa.
Los rituales y ceremonias también se manifiestan en las comunidades en diferentes espacios como la plaza, los atrios, las capillas, los hospitales-pueblos, los cerros, los manantiales y los cementerios. En esta solemnidad comunal, participan familiares de los fallecidos, padrinos, amigos y conocidos de la comunidad, es una ceremonia colectiva (Lucas Hernández 2016: 5).
Durante días previos, pero en especial durante el 1 y 2 noviembre de cada año, en los panteones y casas los p’urhépecha “esperan” a las animas para convivir con sus antepasados presentándoles una ofrenda. Los elementos más vistosos de la ofrenda son: la flor de tirinkini (flor de cempasúchitl en nahúatl), fruta, pan, incienso, agua y alimento de fiesta. Simbólicamente las partes imaginarias de la ofrenda son el agua, la tierra, el aire y el fuego. El agua queda representada en los frutos de temporada, la tierra está simbolizada en las flores de tirinkini, en las mazorcas y en la variedad de frutas provistas por la madre naturaleza, el aire, se encuentra simbolizado en el humo que despiden los k’uiritsï jatakuecha (copaleros) y el fuego, se asocia a los sahumerios que concentran el calor y en la llama de las velas. La noche de 31 de octubre, se espera a los “angelitos”, es decir las ánimas de los niños y niñas. El día 1 a la media noche, empiezan a regresar las ánimas adultas.

La “Noche de Muertos”, fue inscrita como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en el año del 2008, sin consultar a las comunidades originarias, en este contexto y en sentido crítico, también es forzoso subrayar que en las últimas décadas ha sido explotada irracionalmente por el Gobierno del Estado y los Municipios, empresa alejada de toda sustentabilidad cultura y natural, poniendo en grave riesgo ésta histórica ceremonia (Hiriat Pardo 2006:128), donde los sitios de tradición han degenerado en cantinas masivas (Grupo Kw’aniskuyarhani:2004).
Por otro lado, la “invasión de multitudes” a las comunidades p’urhépecha, no representa en automático, ingreso económico para todos los habitantes, “sobre todo si toda la población no está en condiciones de ofrecer algún servicio”, así mismo, en un primer plano, el arribo multitudinario de turistas genera contaminación, desenfreno, estridencia, violación de espacios rituales e  invasión a la privacidad (García Marcelino: 2017), y en un segundo plano, mantiene un impacto negativo en el entorno (flora y fauna nativa), prevalecen las malas relaciones laborales de los trabajadores, existe poca motivación de los visitantes por la cultura y desarrollo locales (Turismo de masas / sustentabilidad para todos, s.f.),  pero sobre todo, no mejora los índices de desarrollo humano de las comunidades, baste observar las condiciones actuales e históricas de las comunidades p’urhépecha.
En este sentido, las campañas turísticas federales, estatales y municipales, se enfocan principalmente en mercantilizar la cultura de los pueblos indígenas, sin difundir su historia, cosmovisión o sentido comunitario, aún más, diversos Ayuntamientos promueven actividades ajenas a la cosmovisión p’urhépecha y adornan irracionalmente plazas y espacios públicos que nada tienen que ver con el arribo de las animas.
De igual forma, grandes compañías trasnacionales han implementado el extractivismo y la mercantilización de los pueblos originarios, como sucedió en el caso en la película “Coco” de The Walt Disney Company, donde para realización del filme se “inspiraron” en locaciones y pobladores de la comunidad de Santa Fe de la Laguna en particular, así como de la cultura p’urhépecha en general, lucrando con la cultura y la “Noche de Muertos” sin otorgar ningún tipo de remuneración o apoyo a ninguna comunidad. Mas aún, la compañía trasnacional intentó en un primer momento registrar como marca el nombre de “Dia de Muertos”, sin embargo, debido a la gran polémica que esto desató, desistieron y cambiaron el nombre de la película a Coco, pese a ello, la película recaudó  más de “800 millones de dólares” en la taquilla mundial (Coco supera los 800 mdd / Excélsior, 02/05/2018), sin otorgar siquiera las gracias a las personas o comunidades que les sirvieron de “inspiración”.
Finalmente, año con año, la clase política michoacana demuestra su oportunismo político e ignorancia sobre la cosmovisión p’urhépecha, al tomarse centenares de fotos en los procesos de identidad cultural de los pueblos indígenas, pero sin buscar, de ninguna manera, solucionar los problemas ancestrales que les aquejan. Solo posan para la foto y posteriormente se olvidan de las comunidades y pueblos p’urhépecha.
En este marco, es necesario repensar los estudios sobre el tema, las campañas de difusión turística, las reglamentaciones para los turistas, pero el quid de la cuestión, es hacer válido el derecho a la consulta libre, previa, informada, culturalmente adecuada y vinculatoria que tienen las comunidades originarias p’urhépecha, y establecer conjuntamente verdaderas políticas públicas que les beneficien, respetando su cosmovisión, su historia, su organización y autodeterminación.
Pavel Ulíánov Guzmán



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