Antígona en el siglo XXI – La Opinión de Teresa Da Cunha Lopes


Fotografía/ Eduardorama
El feminismo no es solo un movimiento de protesta contra la discriminación, es ante todo un humanismo, es decir, una conciencia y un deseo de universalidad basados ​​en una cultura.
El feminismo es una búsqueda, una investigación, una erudición, una enseñanza y, también una lucha. Una visión nueva o complementaria, si lo prefiere, de la humanidad, de la integración de las sociedades y de las maneras de hacer política.
¿Por qué, entonces, la denigración continua del feminismo se vuelve cada vez más ruidosa? ¿Por qué, en nuestra democracia avanzada, el feminismo no tiene, en lo real, ni derecho a ser libremente asumido ni derecho de ser citado sin desencadenar feroces ataques? Incluso los (las) que se dicen sus adeptos lo “toleran ” en lugar de apoyarlo frontalmente y de asumirlo como una bandera.
¿Por qué razón el feminismo gana batallas sobre las cuales todos los actores sociales y políticos se lanzan como predadores para le extorsionar, inmediatamente, el beneficio moral y político? ¿Y cómo explicar que son los aliados de larga data (como lo vimos en las últimas campañas electorales y, en la formación de las coaliciones) quienes cierran la puerta con la mayor brutalidad al feminismo?
El feminismo, combatido por el paternalismo liberal en nombre de la feminidad, por el paternalismo marxista en nombre de la solidaridad de clase, es el único “ismo”, que, con el terrorismo, hace la unanimidad de casi todos los políticos tanto de derecha como de izquierda que lo consideran como un “enemigo” interior .
Desde la “derecha” esto no nos debería sorprender. Al fin y al cabo, esta es la derecha que a todo dice “no”. Que se oponga al feminismo, es bastante lógico.
La derecha se coloca siempre en oposición (por lo menos en un “rechazo”) de lo que llama el radicalismo de los derechos humanos, y el feminismo reclama precisamente la extensión de estos derechos.
Pero los nuevos centristas liberales, que afirman ser un “humanismo de liberación”, ¿la social democracia con su nueva sociedad? ¿Y la democracia mexicana y sus transformaciones? ¿Y el nuevo contrato social de un constitucionalismo garantista? ¿Y el socialismo que piensa que la extensión de los privilegios de las mujeres es el principio de todo progreso social? Y el marxismo, cuando Engels dijo: “La opresión de primera clase es la opresión del sexo femenino por el sexo masculino”?
Me dirán que ni socialistas ni comunistas discuten los principios de la lucha de las mujeres por la igualdad. Bien, tal es cierto , no lo niego. Pero, por otro lado,  rechazan el derecho de las mujeres, dentro de los partidos y sus aparatos, a llevar a cabo un combate específico, feminista, al que definen como “desviacionista”. Lo que en la práctica viene a dar en lo mismo.
Hoy por hoy, los principales grupos electorales (partidos o movimientos), son unánimes a la hora de se posicionaren frente al feminismo con una actitud y discurso común: abrimos nuestros brazos a las mujeres, cerramos la puerta al feminismo. Este hecho, que aparentemente no sorprende a los observadores políticos, para mí es realmente sorprendente. Me resulta de hecho incomprehensible.
Algunos me arrojan a la cara una explicación que no me convence: que la grande mayoría de los hombres rechaza visceralmente la igualdad con las mujeres. Que las leyes, por si solas no pueden hacer nada. Que apelar a los principios, tampoco.
A este muy subjetivo argumento nunca demostrado con números duros viene a sumarse otro. Que todos los hombres son votantes, de derecha o de izquierda, por lo que tanto los partidos de derecha o de izquierda, tienen de tratar de satisfacer a los votantes sin lastimar a las votantes. ¿No es, entonces, me dicen, un mal menor silenciar el feminismo para apoyar la lucha por la igualdad, paso a paso, de las mujeres?
Argumentos de lo que algunos, eufemísticamente, llaman “diplomacia electoral “, pero que en la realidad son fruto de una suprema hipocresía.
Sentido común, claman otros burócratas partidarios. Yo, no creo que ninguno de los argumentos sea una descripción de lo real. Creo que el feminismo actual es mucho más perturbador para los políticos que para los votantes. Quiénes tienen miedo del feminismo son los aparatos partidarios no las sociedades modernas. Son los Creontes modernos que intentan perpetuar el antiguo orden .
Una Antígona duerme en el corazón de cada feminista. Es esta conciencia que hace con que cada feminista quiere comprobar si el estado, la religión o el partido al que se adhiere son fieles a su propio ideal. Es esto lo que temen los políticos, los “príncipes” de la política: que las feministas los cuestionen y que de este cuestionamiento surja un nuevo orden en que tendrán que abrir mano de los espacios del poder.
Las opiniones vertidas en las columnas son de exclusiva responsabilidad de quienes las suscriben y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de Monitor Expresso



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