translated from Spanish: Niños de Honduras cuentan cómo es dejarlo todo y migrar

Eran las dos de la tarde cuando Fernando y su familia salieron de Tegucigalpa, Honduras. Los “mareros” habían asesinado a su abuelo y a su tío, y ahora querían reclutarlo para que también vendiera droga. A sus 13 años decidió encaminarse junto a su madre, Belkis, y sus hermanos, Axel, de 8, y Tatiana, de 5, rumbo a la Ciudad de México, donde los esperaba su papá.
A sus 5 años, Tatiana sabe que “los ‘mareros’ son gente mala. Son como el narco. Los narcos matan”, dice.
Los hermanos son conscientes de la violencia que se vive en su país. La relacionan con la venta de droga, la desaparición de personas, el asalto a casa habitación y los asesinatos. Su abuelo estuvo perdido tres días. “Lo mataron y lo dejaron tirado en la calle. Lo encontramos en la morgue”, relatan.
La Mara Salvatrucha, llamados también “maras” o “mareros”, son una de las organizaciones de pandilleros más poderosas del continente americano y ejercen su poder mediante el miedo. Operan con impunidad en El Salvador, Guatemala y Honduras, los tres países que conforman el Triángulo Norte Centroamericano. Su objetivo es controlar una extensa red de negocios ilícitos que va desde tráfico de personas, la extorsión a pequeños negocios o el narcotráfico.
El sábado 13 de octubre, Fernando y sus hermanos llenaron una mochila con ropa, zapatos, loción y un poco de comida.
“Regresar no es opción”, cuentan pese al cansancio y el hambre. Ellos como otros 5 mil migrantes llegaron a un albergue habilitado en el Estadio Jesús Martínez Palillo, en Ciudad Deportiva, Ciudad de México; en donde tuvieron refugio por algunos días antes de continuar su camino hacia el norte del país con la intención de cruzar la frontera con Estados Unidos.
El primer grupo de migrantes llegó el lunes 12 de noviembre a la ciudad fronteriza de Tijuana, desde donde intentarán llegar a territorio estadounidense para seguir en la búsqueda de una vida mejor.  
El 44% de niños y niñas desplazados en Honduras manifestaron que fueron víctimas de la violencia por parte de actores criminales armados organizados, según el informe “Niños en Fuga” de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) publicado en marzo de 2014. Lo mismo sucede con menores de países como El Salvador y Guatemala.
“No alcanzamos el desayuno y no hemos comido nada desde ayer. Tenemos mucha hambre”, comentó Belkis sin soltar la mano de sus pequeños.
¿Qué quieres ser cuando seas grande?
Axel dice que será bombero cuando crezca para ayudar a apagar incendios, Tatiana explica que ella quiere ser doctora para aliviar a los enfermos. A diferencia de sus hermanos menores, Fernando no tiene muy claro a qué se quiere dedicar, pero sabe lo que no quiere: vender droga para las maras. Por eso prefirió huir de Honduras.
“En mi colegio vendían drogas”, cuenta el mayor de los hermanos, “mis compañeros ya distribuían y a mí los ‘mareros’ me ofrecieron”.
Antes de unirse a la caravana Fernando estudiaba en el Instituto Técnico de Honduras. Ahí, la mayoría de los estudiantes, principalmente varones, ya estaban reclutados por los maras. Lo estaban presionando, casi obligando, a hacerlo. Su tío se involucró y al poco tiempo lo asesinaron, por eso cuando a él le ofrecieron vender droga le dijo a su mamá.
“Deciden entrarle a ese negocio por la falta de empleo y por tanta pobreza”, cuenta Belkis, “por eso nos vinimos, porque no quería que le pasara como a mi hermano”.
El reclutamiento de niños, niñas y adolescentes por parte de las maras o pandillas es un proceso muy gradual y usualmente comienza desde que se encuentran en los últimos años de la escuela primaria, con el fin de habituarlos a realizar labores para el grupo y poder identificar a posibles reclutas.
Según el Observatorio de la Violencia, durante el período de 2012 a 2015, en Honduras, murieron de manera violenta 3 mil 667 menores de edad. El homicidio fue la principal causa de muerte.
Con esta realidad es muy poco probable que Fernando y sus hermanos aspiren a la profesión que se imaginan.
Según datos de 2016, reflejados en la Encuesta Permanente de Hogares de Propósitos Múltiples, Honduras tiene cerca de 9 millones de habitantes de los cuales el 40% tiene menos de 18 años, por lo que podría decirse que es un país relativamente joven.
Sin embargo, uno de los mayores desafíos que enfrentan los hondureños, y en particular los niños, niñas y adolescentes, es la pobreza. En menores de edad alcanzó niveles superiores al 70%, señala el mismo informe.
Familias divididas
“¡Ganamos, ganamos! Hice todas éstas. Nosotros dos ganamos, mamá”, dice Jesset, de 6 años, emocionado. Es la primera vez que juega lotería al estilo mexicano y al parecer la suerte está de su lado.
Es uno de los migrantes más pequeños que entraron a territorio mexicano el pasado mes de octubre. Según el censo de autoridades capitalinas mil 726 menores de edad están en la caravana migrante. Unos cuantos lo hacen solos, sin ningún adulto acompañándolos.
A Jesset lo acompañan sus padres Keyla y Luis, pero en Honduras dejó a sus hermanos Lety, de 13 años, y Emerson, de 11.
“Mi abuela se quedó cuidando a Emerson. No hemos podido hablar con él por teléfono. Lo extraño”, dice mientras permanece atento a las figuras de la lotería.
“Muchos niños refugiados han experimentado o presenciado espantosas violencias y sufrimientos en sus países de origen y, a veces, también durante su huida en busca de protección y seguridad” , señala Volker Türk, Alto Comisionado Auxiliar para la Protección del ACNUR.
“Mi mamá quería venirse sola, pero mi papá se pegó detrás de ella. Entonces mi papá me trajo a mí”.
Son cerca de mil 700 kilómetros los que deben recorrer los migrantes en su travesía. Lo hacen a pie, de “aventón” y una parte en balsa, al cruzar el río Suchiate, en la frontera entre Guatemala y México.
Luego de la Ciudad de México la caravana se fragmentó. Unos tomaron la ruta más corta, rumbo al noroeste del país, a Tamaulipas, y otros caminaron rumbo a la ciudad de Tijuana, por Guanajuato, Jalisco y Sinaloa, un trayecto más largo pero un poco menos peligroso. Ese se convirtió en el primer grupo en llegar a la frontera norte, aunque pobladores los recibieron con protestas y rechazo.
Lee aquí: Un grupo protesta contra migrantes en Tijuana.
Al preguntarle a Jesset qué es lo más valiente que ha hecho en México responde que viajar en un camión y “quedarse quietecito para no caerse”. Sin embargo, presume que gracias a su habilidad como bombero infantil puede “agarrarse fuerte de la puerta” y no tener miedo.
“Aprendí a deslizarme por un tubo. Lo más difícil fue cuando me enseñaron a enrollar la manguera”, cuenta feliz mientras actúa cómo eran sus prácticas en la estación de bomberos en Puerto Cortés, Honduras.
¿Seguir o regresar?
El camino desde Honduras hacia Estados Unidos no es fácil, y menos para los menores.
Axel dice que lo más complicado del viaje es cuando lo despiertan a la 1 de la mañana para caminar. “Deben enseñarse a ‘pedir jalón’”, recomienda el pequeño de 8 años a quienes, como él y sus hermanos, decidan unirse a la caravana.
Lee aquí: Juez federal de EE.UU. bloquea la orden de Trump de negar asilo a migrantes
“Hemos caminado muchos días. A veces un día completo”, dice su mamá Belkis.
“No queremos regresar a Honduras, queremos seguir avanzando”, dice Fernando con firmeza. Él no quiere ver más maras.
Pero Jesset sí quiere volver a Honduras. Quiere ver a su familia, a sus compañeros del kínder y a “Mimí” y “Bella”, sus dos perritos: “Yo quiero ir a Honduras a ver a mis hermanos”, dice mientras voltea a ver a su mamá. Sin embargo Keyla está muy segura de continuar: “Mañana nos vamos”, finaliza enérgica.  
Para los menores de edad emprender el viaje migratorio trae consigo muchas consecuencias tanto físicas como psicológicas, sin olvidar que pueden caer en manos de tratantes de seres humanos, señala el informe del Mapeo del Sistema de Protección de la Niñez y Adolescencia en Honduras.
El regreso de los que no logran llegar a Estados Unidos tampoco es fácil. Los menores vuelven a una situación económica más precaria, debido a los préstamos que sus familias realizaron para poder emprender el viaje. También vuelven a la violencia de la que habían huído y pronto los maras los buscan para reclutarlos, señala el informe “Desarraigados en Centroamérica y México”.
A pesar de que el panorama al retornar a Honduras no es el más alentador, diversas organizaciones han detonado campañas para apoyar a los que regresan.
Ante la “Emergencia Humanitaria” declarada por el gobierno hondureño por el tema de la niñez migrante, la UNICEF implementó en 2014 la estrategia “Retorno de la Alegría”, una metodología que consiste en brindar apoyo psico-afectivo a niños y niñas que han sufrido un trauma psicológico por medio de sesiones de terapias lúdicas ofrecidas por adolescentes voluntarios y voluntarias. También se les ayuda a seguir su educación ofreciéndoles opciones flexibles de escolarización y reintegración en el sistema de educación formal.
Por su parte, la Organización Internacional para las Migraciones promueve la campaña y plataforma “Soy migrante” que presenta historias personales de refugiados. Su objetivo es cuestionar los estereotipos contra los migrantes y las expresiones de odio en la política y la sociedad.
Tanto Fernando y su familia, como Jesset y sus padres, continúan su camino hacia Estados Unidos, pese a las amenazas del presidente Donald Trump y del envío de cientos de militares para reforzar la frontera con México.
Después de jugar tres veces a la lotería, Belkis le dice a sus hijos que es momento de hacer fila en el comedor instalado a unos metros de ahí. ¿Qué les dirían a los mexicanos que los han ayudado? “Muchísimas gracias, gracias por su ayuda y que los queremos”, dicen.
Antes de despedirnos responden una última pregunta: en caso de ser regresados a Honduras, ¿se unirían de nuevo a la caravana? ”Sí. Preferimos caminar y caminar en vez de quedarnos en Honduras”, señala Fernando. “Nosotros somos valientes por hacerlo”, concluye Axel.

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