Después del plebiscito, nunca más sin nosotr@s



“Hoy ha sido un día hermoso. (…)la concentración en el Parque O’Higgins con miles y miles de personas con banderas, colores y la alegría de sentir que este país comienza a pertenecernos, por la noche mi encuentro con el Lobo (…) Hasta ahí todo perfecto, pero cuando estábamos en el segundo shop, en la Plaza Italia, escuchamos unos ruidos extraños en la calle (por Bellavista y Plaza Italia había grupos de gente gritando y cantando por el NO), nos asomamos a la ventana en un segundo piso y de un auto se bajó un tipo con una bandera de Avanzada Nacional. La gente del NO que estaba allí no hizo mayor cosa, solo gritarle algo, entonces, el huevón de AN sacó una pistola y le disparó a uno de los chicos, se subió luego al auto y salieron rapidísimo, la gente solo alcanzó a gritarles y tirarle alguna cosa que había por allí.
“Mierda, todavía tengo la angustia y la impotencia metidas en el alma. Al chico se lo llevaron en un auto y a los minutos aparecieron los pacos, super prepotentes (…) y echando a todo el mundo. Alguien les dio la patente del auto, pero estoy segura de que no harán nada.
“Estos últimos días han sido muy agotadores. El 5 [de octubre de 1988] me levanté a las siete de la mañana para ir a votar y no paré hasta las 6.30 de la mañana del día siguiente, entre trabajo (finalmente me acredité en el Carrera) y celebración de trasnoche. La sensación que tengo no es muy clara, por supuesto estoy súper contenta de que hayamos ganado, pero no logro sentir esa alegría en mi piel, se trata más bien de algo intelectual. No soy la única que lo siente así, en la casa todos lo comparten y muchos amigos también. Está claro que [haber ganado] es muy importante, pero cosas como la de esta noche reafirman mi sensación de que falta mucho para que se produzca un cambio real y no veo que la oposición tenga un camino muy claro. El comando por el NO ha dicho muy poco después del plebiscito y la Izquierda Unida dio esa noche una conferencia de prensa súper entreguista y en la que no se mostró ningún perfil propio. De cualquier manera, la actitud de la gente me da fuerzas, desde el miércoles, todos los días ha habido algún foco de movilización y pienso que eso puede ayudar muchísimo.”
El plebiscito del 88, que marcó el inicio del tránsito institucional a la democracia luego del triunfo del NO, no fue una concesión de la dictadura ni tampoco, en primer término, un logro de la “clase política” que ha protagonizado los gobiernos y llenado el hemiciclo del congreso en los últimos treinta años. Ese plebiscito fue posible, porque desde el día uno y durante los 17 años de la dictadura un número cada vez mayor de chilenas y chilenos, tan anónim@s como los que hoy se congregan en la Plaza de la Dignidad, se atrevieron a oponerle resistencia a un régimen que había roto con nuestra institucionalidad a sangre y fuego en septiembre de 1973. Al principio eran poc@s y las acciones muy tímidas, pero lentamente, con tesón, valentía e hipotecando muchas veces las perspectivas profesionales, los proyectos familiares o la vida misma, el círculo se fue ampliando y se fue reconstruyendo el tejido social que había estallado en pedazos con el golpe de estado. Los partidos políticos estaban proscritos y las instituciones republicanas, en “receso”, pero había pobladores, estudiantes, trabajadores, mujeres y hombres que lograron sobrevivir organizando comedores populares, ollas comunes, comités de vivienda, grupos de base; que no cejaron hasta lograr reconstruir los sindicatos, las federaciones estudiantiles democráticas; que se organizaron para exigir verdad y justicia; que se articularon para luchar por la “democracia en el país y en la casa”.
Fue todo ese trabajo, la lucha de 17 años, la que fue ganando espacio; abriendo ventanas, al principio apenas un poquito; recuperando la calle. También los proscritos partidos políticos fueron rearmándose y reconstruyendo sus bases y fueron articulando su quehacer con las hebras de un tejido social cada vez más denso. Y así llegamos a octubre de 1988.
La cita que inicia esta columna es parte de una carta que escribí el 8 de octubre de 1988, es decir tres días después del plebiscito. Ya en esas líneas se intuye lo que vendría, la cooptación de ese triunfo por la dirigencia política, que no estuvo a la altura de quienes se la había jugado para hacer posible la recuperación de la democracia. Y así, ya entonces comenzó a fraguarse nuestra democracia “en la medida de lo posible”, que, como el despotismo ilustrado, era para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo.
Al igual como ocurrió el 15 de noviembre de 2019, muchos justificaron los amarres de entonces como una necesidad ante el ruido de sables. Yo me temo que una parte importe de aquella dirigencia política, y también de la actual, le tiene más miedo a la participación, a la organización, a la demanda callejera. No quiero plantear una visión maniquea en la que la “clase política” represente al mal y la “calle” el bien. El mundo no es tan simple. Pero lo que está claro, es que, si no hay diálogo entre representados y representantes, y peor aún si estos últimos les temen a los primeros, nuestra democracia será necesariamente coja.
El próximo domingo 25 de octubre tendremos un nuevo plebiscito que tampoco nadie nos ha concedido, que hemos tenido que ganárnoslo, y también esta vez ha tenido un costo alto, un costo que no debería poder tener cabida en una democracia. El desafío no es solo ganar por el mayor margen posible. El desafío real será no desmovilizarnos -incluso en medio de los resguardos que nos impone la pandemia-, volver a densificar el tejido social, en los barrios, en nuestros lugares de trabajo, entre l@s estudiantes, en las poblaciones, en los rincones de la provincia, en las organizaciones políticas, en la sociedad civil. No permitir que esta vez nadie capitalice el triunfo en nombre de sus verdader@s protagonistas.
 



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