Cuatro años después: el mundo ha cambiado para Biden (y para todos)



El mundo ha cambiado para Biden (y para todos). Cinta de advertencia en el Capitolio de EEUU. Foto: Andy Feliciotti (@someguy)
Joe Biden tiene una larga trayectoria en cuestiones de política exterior, seguridad e inteligencia, con sus lustros en el Senado y tras ocho años de vicepresidente de Barack Obama. Pero en el mandato de Trump, el mundo ha cambiado en varios aspectos importantes, que el nuevo presidente deberá tener en cuenta, en temas que, más allá de la pandemia y de su propio predecesor, le han de preocupar y ocupar.
En 2016, cuando ganó Trump, había en el mundo unos 7.400 millones de personas, que ahora son más de 7.800 millones, es decir, más de unos EEUU suplementarios en términos de población. La pobreza extrema había bajado, pero está volviendo a subir con la pandemia y sus efectos económicos. La desigualdad ha aumentado aún más. El planeta se ha seguido recalentando, incluso a pesar del COVID-19. Se espera que la temperatura global promedio para 2016-2020 sea la más cálida registrada, aproximadamente 1,1ºC por encima de la de 1850-1900. Y la globalización está en retroceso en algunos aspectos, aunque no en otros, como el digital, incluidos los flujos de información (intercambios de datos), que aumentaron casi un 50% entre mediados de 2019 y mediados de 2020 con los confinamientos y el trabajo en remoto.
En estos cuatro años –otro tema preocupante para Biden y para otros muchos– la democracia se ha seguido deteriorando en el mundo. Lleva haciéndolo 14 años consecutivos según los índices anuales de Freedom House. Aunque según el Economist, si había 16 “democracias plenas” en 2016, ahora son 22. En nuestros tiempos hablar de democracia y control no tiene sentido sin mencionar la conectividad y las redes sociales. En este período el número de teléfonos inteligentes en el mundo ha crecido. Hay actualmente 3.500 millones de usuarios de estos aparatos (el 44% de la población), frente a 2.500 millones cuatro años atrás. En 2016, por citar un ejemplo de red social de éxito, Facebook tenía 1.788 millones de usuarios; a mediados de 2020, 1.000 millones más. En 2020 se ha generado un movimiento por parte de gobiernos contra los cuasi-monopolios de las Big Tech, no sólo en la UE, sino también en EEUU e incluso en China ante sus propias empresas. Y en estos años, tras el caso Weinstein de 2017, con el #metoo, pero con siembras anteriores, se ha producido una explosión global de las reivindicaciones de las mujeres, del feminismo. Así como de las protestas contra el racismo.
En este cuadrienio de Trump, la imagen y la fiabilidad de EEUU se han deteriorado en muchas regiones del mundo y entre sus aliados y socios, según las encuestas de Pew, y aún más en el último año debido a la mala gestión de la pandemia. En varios países están en lo más bajo de las últimas dos décadas. Biden tiene una expectativa de recuperación de confianza internacional de su país, pero no automática ni gratuita. Como recuerda Anne Applebaum, EEUU “ya no es la democracia más admirada del mundo, es percibida más a menudo como un sistema único disfuncional, y con unos líderes notablemente peligrosos”. La UE también tiene problemas internos de democracia, llámense Hungría o Polonia.
No es que China haya ocupado el lugar de EEUU, pues su imagen internacional ha sufrido mucho con la pandemia (e intentará recuperarla donando o vendiendo a bajo precio sus vacunas para el COVID-19 en los países en vías de desarrollo mientras Occidente hace, de momento, poco al respecto). China también ha cambiado. Hasta la pandemia, su economía había crecido un 27% entre 2016 y 2019, e incluso ahora ya está expandiéndose a un 2% anual, la primera gran economía en lograrlo. Varias estimaciones apuntan que para 2024, cuando termine este mandato de Biden, China se habrá convertido en la primera economía del mundo, seguida de EEUU y de la India. Es ya una enorme potencia tecnológica, y la tecnología determina la geopolítica. Aunque sólo sea un dato que no refleja la innovación real, en 2019 China se convirtió en el líder mundial en solicitudes internacionales de patentes, cuando EEUU había ocupado el primer lugar durante más de cuatro décadas. Y a finales de 2020 ha conseguido traer muestras de rocas de la Luna.
El gasto militar oficial chino ha ido aumentando entre un 7,2% y un 8,1% anualmente, manteniendo su proporción respecto al gasto de la administración central. En 2020 este crecimiento ha bajado a un 6,6%, probablemente debido a los efectos de la pandemia. En 2017, botó su primer portaviones totalmente fabricado en China. Tras reducirse algo en algunos años de Obama, el presupuesto de EEUU aumentó con Trump, de unos 606.000 millones de dólares en 2016 a 721.000 millones en 2020. Pero mientras EEUU derrochaba dinero público en guerras perdidas –pues está claro que ha perdido en Irak y en Afganistán, como está descubriendo el presidente electo– China invertía en tecnología.
Una China más asertiva, y políticamente más autoritaria, con Xi Jinping, ha seguido penetrando en las instituciones del orden global general, y a la vez construyendo otro paralelo, más regional. Su último éxito ha sido el lanzamiento de la Asociación Económica Integral Regional (Regional Comprehensive Economic Partnership, RCEP), con 15 países, en Asia, mientras Trump hundió el Acuerdo de Asociación Transpacífico (Transpacific Partnership, TPP), que había lanzado Obama. Aunque el enfriamiento con China empezó con este último, la gran herencia que deja Trump a Biden es una guerra fría de nuevo cuño, 2.0, que el nuevo presidente tendrá que gestionar y reorientar. Sin embargo, pese a las medidas de Trump, el déficit comercial de EEUU con China no ha cambiado, y las inversiones mutuas se mantienen. La interdependencia sigue siendo la realidad.
En cuanto al terrorismo, el ISIS, o Estado Islámico, no ha desaparecido, pero ha perdido la base territorial para su llamado califato. Biden se va a encontrar con que en el mundo de Washington se considera que EEUU está gastando demasiado en lucha antiterrorista –que requiere importantes fondos– y no lo suficiente en la competencia militar con China (y en menor medida con Rusia). Pero el terrorismo yihadista sigue ahí.
Entretanto, el ensimismamiento de EEUU con Trump ha reforzado a la UE (gracias también al Brexit –que en algunos aspectos la debilita– y a la reacción ante la pandemia). Tratar con la UE sin los británicos será diferente a lo que recuerda Biden de épocas anteriores. También han cobrado mayor protagonismo algunas “potencias medianas” que quieren liderar al menos en términos regionales, a menudo bajo la dirección de autócratas/nacionalistas, ya sea la India, Turquía, Brasil, Arabia Saudí o Egipto, o una Rusia que quiere desempeñar un papel más global. A la vez, con la pandemia y sus efectos económicos se ha agravado una tendencia que venía de antes, a saber, la multiplicación de Estados fallidos, sobre todo en África.
No vamos a ver un regreso a la agenda exterior de Obama. Demasiadas cosas han cambiado. Aquí hemos esbozado las que consideramos variaciones significativas, pero hay otras. Biden, y su nuevo equipo, aunque en gran parte provenga de aquella Administración, tendrán que idear una nueva agenda para EEUU en un mundo que se ha transformado en estos cuatro años.
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