Violencia



Esta palabra implica tantas formas que muchas veces las consideramos normales en nuestro entorno.El tema de la violencia es un tema que no deja de preocupar a todos. Se habla de violencia social, violencia escolar, violencia intrafamiliar, en general, violencia en todos los ámbitos donde se dan las relaciones. Y es que es precisamente en las relaciones donde se pone a prueba nuestra capacidad de conciliar, de empatía y de habilidades de solución de conflictos. La violencia abarca toda acción que atenta contra la integridad física, psicológica y espiritual de otro.Hablar de violencia es fácil cuando el aspecto que se menciona es un aspecto evidente para todos. Nadie dudará de que si hablamos de un asalto donde el perpretador golpea a patadas y amenaza con arma a una víctima estamos hablando de violencia. Es evidente. Sin embargo, puede no ser tan fácil estar de acuerdo en otras actitudes y acciones que, lejos de considerarse violentas, se han considerado “educativas”, y en el colmo de la incongruencia, hasta “formativas”. Dar nalgadas, “cintarazos”, golpes, jalar las orejas, se han visto como prácticas usuales y que son parte de la educación de los hijos; pero no es fácil que se acepte que son acciones de violencia intrafamiliar. Por otro lado, gritar, humillar, avergonzar, culpar, amenazar, alejarlos con el famoso “tiempo fuera”, son acciones que también atentan contra la integridad psicológica y espiritual de la persona, es decir, es violencia. Y es que éstas, como no dejan un “morete” palpable, se esconden mejor, y quienes las infringen (los padres), se justifican con razones que pretenden un “bien mayor”: la educación de sus hijos, con el agravante de que se convencen de que así es.La gran tragedia de todas estas acciones es que el niño que las recibe, siendo aún pequeño y no pudiendo contar con recursos cognitivos ni psicológicos para procesar esas experiencias de vida, puede creer que sus padres están en lo correcto y que lo hacen por su propio bien, porque lo aman. El niño no sabe y no puede entender que sus padres, las personas que son las encargadas de cuidarlo, de protegerlo, sean los mismos que le provocan miedo, dolor, humillación y sufrimiento. Esta “disonancia” obviamente lo confunde y termina por aceptar que dichas acciones “se las merece”, que él es culpable de que se le golpee, que se le humille, que se le aleje, que se le retire la mirada y el amor.



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