Pasante de medicina narra violencia en Tuzantla, Michoacán



A la 1 de la tarde del miércoles 24 de agosto, el médico adscrito y encargado del Centro de Salud de Tuzantla, Michoacán, llamó al resto del personal: una dentista adscrita, tres enfermeras y tres pasantes de medicina y enfermería, para decirles que la cosa se iba a poner fea. Gente Armada venía para la zona. El encargado dio la orden de que los adscritos se fueran a sus casas, en la misma comunidad, y los pasantes, foráneos todos, se quedaran encerrados en el centro de salud. Así empezaron 24 horas de pánico y abandono para ellos. 
“El encargado del centro de salud nos dijo: quédense aquí, porque está muy peligrosa la carretera. No sabemos de dónde vengan estas personas. No se expongan. Cierren la unidad, no le abran a nadie, no se asomen, tengan todo oscuro, que no se vea que hay gente adentro, porque si saben que están aquí, les van a tumbar la puerta para que los atiendan”, cuenta David, el pasante de medicina que se quedó en el centro de salud, junto con los dos pasantes de enfermería.
Después de recibir esa orden y ninguna otra instrucción de ninguna autoridad más, ni de la jurisdicción sanitaria ni de su universidad, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Umich), David y los pasantes de enfermería salieron a la tienda a comprar un poco de comestibles, cerraron con candados todo el centro de salud y se fueron a encerrar a la oficina del encargado. 

“Yo trataba de mantener la cabeza fría, pero sí teníamos mucho miedo y eso que no pensamos que fuera a suceder lo que vivimos, creímos que estas personas solo iban a pasar por el lugar y ya, pero a las 2 de la tarde, una hora después de que el encargado dio la voz de alarma, empezamos a escuchar los balazos a la entrada de Tuzantla, a unas tres cuadras del centro de salud, y también en el centro de la comunidad, a otras tres cuadras de donde estábamos”. 
Los tres pasantes quedaron en medio del fuego provocado por un enfrentamiento armado, presuntamente entre grupos internos rivales del Cártel de La Familia Michoacana, en el que murieron ocho personas. 
Durante las horas que hubo luz, los jóvenes se mantuvieron en la oficina del encargado, con la poca comida que habían logrado comprar en la tienda, antes de que todos los negocios cerraran y la comunidad se volviera una especie de pueblo fantasma. Desde su escondite escuchaban los disparos y trataban de mantener la tranquilidad. 

Calles de Tuzantla desiertas tras los enfrentamientos
Pero en la noche, la poca calma que lograron reunir se rompió con el ruido de una camioneta que se estacionó enfrente del centro de salud, a bordo de la cual iba gente armada. “Empezaron a apuntar con sus linternas hacia dentro. En ese momento sí vi mi vida pasar. Dije qué he hecho toda mi vida, porque si ellos hubieran querido, hubieran entrado. El centro de salud tiene una reja de unos dos metros, que fácilmente pudieron brincar, y la puerta de entrada es de cristal, pudieron romperla y ya”, dice David. 
No entraron, deduce el pasante, porque no los vieron. “Nos quedamos hechos bolita en un rincón de la oficina del encargado, sin movernos, mientras seguían apuntando con sus linternas hacia adentro, buscando ver si había alguien, algún movimiento, así pasaron unos 20 minutos, hasta que se fueron”. 
Una llamada fue la que los salvó de todo ese terror. La del expasante de medicina que un año antes había hecho su servicio social en el centro de salud y que llegó a Tuzantla para hacer unos trámites justo de la liberación de su servicio, y ahí lo agarró la balacera. 
“Él traía su combi y nos dijo que ya andaba la Guardia Nacional custodiando los caminos y que nos podíamos escapar, que nos iríamos a las 7 de la mañana. Fue hasta las 11 del día siguiente, el jueves 25, que nos dijo: ‘Vámonos’. Salimos y nos subimos a su camioneta. Pasamos a la casa de la dentista, porque ella también quería irse, con su hija, y en eso pasaron unos coches pitando y con personas gritando que ahí venían otra vez estas personas y que nos encerráramos. Nos encerramos en la casa de la dentista”, cuenta David. 
Tuvieron que esperar dos horas más para salir. Aproximadamente a la 1 de la tarde del 25 de agosto, 24 horas después de que todo empezó, lograron abordar la camioneta del expasante de Tuzantla e iniciar la huida de la comunidad. 
“Teníamos miedo de encontrarnos a gente armada o de que hubiera retenes del Ejército y nos regresaran a Tuzantla, no traíamos mucha gasolina, y estaba todo cerrado, no había donde cargar. Estábamos desesperados. No podíamos regresar porque no teníamos ni comida ni dónde comprarla. Así que iniciamos el camino. Sí nos encontramos un retén, pero nos dejaron pasar”.
David dice que fue impresionante ver Tuzantla como un pueblo fantasma. “Entre 11 de la mañana y 1 de la tarde está siempre todo el pasadero de gente, las señoras, los niños, los autos, todos los negocios abiertos. Ese jueves no había nadie en la calle, estaba desierto, con todas las cortinas de los locales cerradas”. 

El pasante de medicina dice que sintió alivio hasta que vio el letrero de Zitácuaro. “Nunca pensé estar tan feliz de ver la presa de ese lugar”. Ahora David está en un sitio lejos de Tuzantla, a donde volvería solo si hay seguridad y un protocolo de contingencia que opere para salvaguardar al personal de salud en hechos como el que él vivió. 
“Estoy muy agradecido con el expasante. Él nos salvó a mí, a la dentista, a su hija y a los dos pasantes de enfermería, de no haber sido por él, no hubiéramos salido de ahí. Ninguna autoridad nos llamó para decirnos va a ir tal personal por ustedes o una patrulla para resguardarlos. El encargado de la clínica nos dijo que nos iba a mandar a alguien con comida y nunca llegó nadie”. 
Andrés Castañeda, coordinador del Colectivo de Médicos en Formación, dice que este es un problema constante ahora que los pasantes están enfrentando situaciones como la que vivió David, porque ninguna autoridad se hace responsable de salvaguardarlos y no hay protocolos para esto. 
Bruno Rául Vargas, supervisor clínico de la organización Compañeros en Salud, que opera en la zona frailesca de Chiapas, brindando acompañamiento a los pasantes de medicina, dice que en efecto no hay protocolos por parte de las autoridades para resguardar a quienes están realizando su pasantía que no sea la instrucción de comunicarse con su coordinador de Enseñanza. 
“Nosotros hemos instalado sistemas de comunicación con radios y ante cualquier llamada de auxilio porque el personal no se siente seguro, vamos por ellos en las camionetas de la organización y pedimos el apoyo de la policía o de las autoridades comunitarias para sacarlos del lugar y ponerlos a salvo”, explica Vargas. 
Castañeda dice que el problema que ven en general con los pasantes de medicina es que caen en un terreno de todos y de nadie, por un lado está la responsabilidad del gobierno federal, en términos de que es quien organiza el tema de la asignación de plazas para servicios; por otro lado están las secretarias de salud de los estados y las instituciones, IMSS, ISSSTE, y después las clínicas, las sedes, donde hay un jefe de enseñanza o en las jurisdicciones. 
Están además las universidades que son las responsables de los estudiantes o eso al menos es lo que dice la normativa, en cuanto a las pasantías y los internados, apunta Castañeda. 
“Al ser tantos los involucrados, en realidad nadie se hace responsable, además, faltan los protocolos de actuación para estos casos y tendría que haberlos, lo mismo que comités, bien estructurados, bien integrados, con la participación de todos los actores y de los estudiantes, para deliberar en caso de que haya controversia o problemática”, sostiene Castañeda.
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