La innovación social en el centro de las transformaciones políticas



En medio de los cambios profundos que está viviendo nuestro país, los actores políticos solo se centran en las temáticas que tienen una “retribución” en términos políticos como: proceso constituyente, inseguridad, retiros previsionales y las diferentes polémicas que entrega la coyuntura del día a día sobre ellos mismos. Sin embargo lo realizan tan insensatamente que lo único que han logrado con sus dichos –que no quedan más que en palabras, por cierto– es desviar la atención de lo fundamental, lo cual es abordar las problemáticas sociales que afligen a los(as) chilenos(as). Estas a su vez tienen un factor común: deben ser abordadas desde soluciones que no tengan precedentes, por lo que intrínsecamente se estaría orquestando el concepto de innovación.
Cuando se habla de innovación, no se refiere solamente al imperio de la tecnología, y sus constantes modificaciones, sino que también se hace referencia a la capacidad de generar ideas que salgan de lo convencional y que se internen en lo profundo de lo desconocido. Los autores Miguel-Ángel Galindo Martín, Domingo Ribeiro y María Teresa Méndez Picazo, en su artículo “Innovación y crecimiento económico: Factores que estimulan la innovación”, establecen además que la innovación no es un concepto nuevo ni enfocado en lo meramente económico, sino que es inherente al desarrollo y evolución del ser humano.
En consonancia, la innovación en la última década ha marcado las agendas políticas de América Latina, principalmente debido al rápido crecimiento económico en los países que la conforman, y Chile no ha sido la excepción, muy por el contrario, es el número 1 de los países de Sudamérica en estos procesos (según el Global Index Innovation 2022). Ahora bien, este concepto, como se menciona anteriormente, por lo general está asociado al mundo empresarial, es decir, a agentes privados que con el fin de ganar competitividad en el mercado tienen que estar constantemente generando nuevas tecnologías, productos, servicios y procesos con el fin de aumentar sus ventas y por ende sus utilidades. Por dicho motivo es importante preguntarse: ¿Cuál es el rol del Estado entonces en materia de innovación? ¿Es este solamente fomentar la innovación a través de la inversión privada?
Claramente plantear que el Estado debería ser únicamente quien lidere y canalice los procesos de innovación (tecnológicos, económicos, políticos y sociales) sería quedarse con un discurso bastante simple y vacío. La innovación no requiere solamente del Estado, y esto tiene una explicación simple, es el mundo empresarial el que tiene la ventaja en este tema, debido a que tiene mucha más experiencia práctica en implementar procesos de transformación.
Por ello la esencia de los procesos innovadores en nuestro país deben ir de la mano con la cooperación de los ámbitos públicos y privados –ya que aquí se presenta una gran oportunidad de mejorar y perfeccionar–, la creación y además el establecimiento de formas, escenarios y espacios para que las instituciones, organizaciones, académicos, investigadores, funcionarios públicos e incluso la propia ciudadanía puedan formular y probar ideas innovadoras que, además, tengan una repercusión especial en la sociedad, la cual es solucionar las problemáticas sociales.
Si las problemáticas más connotadas, en materia sociopolítica, han estado presentes desde hace mucho tiempo, entonces, ¿por qué no se ha logrado erigir soluciones viables? Desde la mirada politológica muchos expertos y académicos proponen que el gran problema por el cual la política no avanza es que no existen instancias de participación vinculante suficientes. No obstante, es bien sabido que en la práctica la participación multiestamental y de diversos actores sí se lleva a cabo, pero no necesariamente de manera vinculante –y esto no necesariamente resultaría en un mejoramiento del escenario, al menos según la visión del filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio–. Por ello que lo que aquí se plantea es que el principal desafío de la política (y en específico del actual Gobierno) es mejorar las transferencias de conocimiento, y con mayor razón generar espacios, recursos y organismos que fomenten la innovación desde la participación, propendiendo a que estos procesos tengan un efecto concreto y, por tanto, se vuelvan vinculantes.
Como ejemplo de buenos resultados que han devenido de procesos de innovación y de aprendizaje constante, que sin embargo no han tenido gran despliegue, están en el centro cuatro instituciones públicas que se han aventurado a realizar este tipo de proyectos con cooperación de entes privados, el Ministerio de Ciencia y Tecnología, Innova Fosis, Gobierno Digital, Laboratorio de Gobierno y Sercotec. Estas han logrado, además de un espacio para la pruebas de ideas innovadoras, otorgar recursos, asesoría y generar transferencias de conocimiento eficaces, lo cual genera espacios de “pilotaje” que fomentan excelentes maneras de abrir las posibilidades de probar y esperar resultados. Sin embargo, estas siguen siendo mínimas.
Por último, en el marco de la culminación del proceso constituyente iniciado en el año 2019, lo que se debe empezar a gestar en la agenda política es la búsqueda de ideas nuevas nunca antes vistas (no solo desde el ámbito tecnológico), para ello es necesario tener una intervención de múltiples actores (instituciones del Estado, sector privado y empresarial, organizaciones de la sociedad civil y la propia ciudadanía), con la finalidad de generar soluciones prácticas y bien cimentadas que no produzcan un nuevo vacío en la política.

Esto último, quiere decir que el Estado esté preparado para asumir desafíos innovadores, pero preservando los principios que aún mantienen alto valor en la sociedad chilena –que es el claro aprendizaje que redituó el último proceso plebiscitario–, como también equilibrar la posibilidad de aventurarse en espacios desconocidos que permitan que la sociedad mantenga su paso firme en la evolución del conocimiento que aún tiene un final desconocido, y que adicionalmente permitan que Chile mantenga el liderazgo y contribuya al resto de los países en esta materia, al menos a nivel latinoamericano, liderazgo que está en un constante desequilibrio debido a los vaivenes de nuestra política. Por ello, el gran desafío que tiene el Gobierno –en vez de preocuparse por discursos políticos vacíos– es cimentar una cultura de la innovación para transformar el país en el de todos(as) los(as) chilenos(as).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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